EN PROFUNDIDAD - Elecciones primarias. ¿Profundización democrática o estrategia electoral?
Alejandro Ciordia Morandeira
Emilio Marfull Jiménez
Estudiantes de Derecho y Ciencias Políticas, Universidad Autónoma de Madrid (UAM)
I-Introducción: Crisis de legitimidad democrática y Estado de partidos
Es casi imposible que a estas alturas aun haya alguien que no se haya enterado de que la democracia en España está en crisis. Pues sí, señoras y señores, y muy grave.
El actual sistema político fundado en la Constitución de 1978 que establecía un modelo de democracia representativa configurado en su forma de Estado como una monarquía parlamentaria, se erosiona por todos sus frentes, y cada vez más rápido. No se trata de un fenómeno particular de España, sino más bien global, especialmente en las llamadas democracias tradicionales; tampoco es un fenómeno nuevo, pues ya desde los 90, con una democracia aun adolescente, muchos académicos ya alertaban de la crisis de legitimidad de las instituciones[1]. Sin embargo, también es obvio que la crisis de legitimidad del sistema político en España se ha acentuado durante la crisis económica, especialmente desde la explosión del movimiento 15-M en 2011. La famosa consigna de “No nos representan” es compartida cada vez por más ciudadanos y planea como un amenazador signo de interrogación sobre cada decisión tomada por la clase política.
La actual crisis de legitimidad de la democracia está intrínsecamente ligada a la crisis de los partidos políticos, hasta el punto de constituir prácticamente un fenómeno indiferenciado, y es que parece lógico que el cuestionamiento de los principales agentes del sistema político implique el cuestionamiento del propio sistema en su conjunto. La Constitución en su artículo 6 sitúa a los partidos como “instrumento fundamental para la participación política”, esto es, como nexo fundamental entre las instituciones públicas y los ciudadanos, como una organización privada que ejerce una vital función pública. De forma muy esquemática podríamos decir que el constituyente español no configuró un sistema en el que las instituciones democráticas representan directamente a los ciudadanos, sino que dichas instituciones representan a los partidos políticos, que a su vez actúan como intermediarios de los ciudadanos. Si éste sistema funcionase adecuadamente no se podría cuestionar el carácter democrático del mismo, pues la actuación de las instituciones sería, aunque indirectamente, reflejo de la voluntad popular. Pero, ¿qué ocurre cuando el vínculo entre partidos y ciudadanía está roto?, ¿qué sucede cuando hay una creciente desafección hacia los partidos y apenas el 20% de la población es miembro de alguna asociación de carácter político[2]?, ¿qué se puede hacer cuando los aparatos del partido se alejan de la calle y apenas son sensibles a las demandas ciudadanas?
Así llegamos a lo que algunos politólogos han denominado acertadamente como el Estado de partidos[3], en el cual son los partidos quienes ejercen realmente la soberanía, eligiendo en su seno a los cargos públicos y definiendo la agenda política y las opciones legislativas. Es la dirección del partido quien configura las listas electorales y designa los cargos del gobierno, siguiendo un procedimiento poco o nada democrático basado en estructuras internas de poder. Así como se configura una verdadera oligarquía de la clase política[4]. Es también en el seno de los partidos donde se produce el verdadero debate político, el cual se ha usurpado al Congreso, que funciona ahora más como un plató donde presentar paquetes de medidas bien cerradas y etiquetadas, proyectando la imagen de unidad a través de una férrea disciplina interna. En el mejor de los casos los electores elijen qué paquete de nombres y de iniciativas prefieren, pese a que en ningún momento hayan participado en su elaboración.
Este Estado de partidos guarda también muchas similitudes con el modelo de democracia descrito por el pragmático economista Joseph Schumpeter en su obra “Capitalismo, socialismo y democracia” en los años 40. Según esta teoría es una falacia afirmar que el poder político es ejercido por el pueblo, sino que dadas las complejidades de la actividad política debe ser la clase política, una minoría de expertos, quien ejerza el poder. El sistema democrático es meramente el mecanismo en el que los dirigentes políticos, agrupados en partidos, compiten por el poder, en un libre mercado de votos, de forma similar al funcionamiento de las empresas en la economía capitalista. Pero incluso aquellos que pueden simpatizar con el modelo schumpeteriano o con un sistema inspirado en cierta medida en el ideal de la tecnocracia no pueden estar satisfechos con el Estado de partidos español, pues es ciertamente dudoso que nuestra clase política esté conformada por una élite de expertos especialmente preparados.
Ante esta crisis de legitimidad democrática se presentan dos grandes vías de solución. Por un lado, se ha abierto paso en el debate público, especialmente entre la juventud, una postura que propugna la ruptura con el modelo tradicional de democracia representativa que en su opinión ha quedado obsoleto, y su sustitución por mecanismos de democracia directa que no requieren de los partidos como intermediarios, siguiendo diversas teorías próximas a la democracia deliberativa. Por otro lado, la otra gran corriente que defiende la introducción de cambios estructurales en el sistema político habla más de una regeneración democrática, promoviendo una mayor democracia interna de los partidos, pero preservando el papel fundamental de éstos para el funcionamiento de la democracia. Dentro de esta segunda vía regeneracionista, una de las medidas más populares es la celebración de primarias abiertas para la elección de los candidatos electorales. Aunque no es el único partido que ha introducido elecciones primarias, es de destacar que el PSOE se haya decantado por esta opción, y ya están previstas para el próximo otoño las primeras primarias abiertas de la historia del partido.
El principal objetivo de este artículo, en perspectiva con todo lo explicado anteriormente, es dilucidar si las elecciones primarias abiertas en los partidos pueden ser un instrumento eficaz para restaurar el vínculo roto entre partidos políticos y ciudadanía, o se trata más bien de una reforma estética que no logrará que los partidos recuperen la legitimidad perdida. Creemos que ésta pregunta es fundamental para el futuro de la democracia en España, y para tratar de responder a la misma realizaremos un ejercicio de política-ficción: ¿cómo será el paisaje político en 2030 suponiendo que todos los partidos políticos eligen a sus candidatos mediante primarias abiertas?
En la siguiente sección veremos los diferentes tipos de elecciones primarias desde una perspectiva comparada, y expondremos las principales características del modelo de primarias elegido por el PSOE. En la tercera sección analizaremos los posibles cambios que se podrían producir en las diferentes dimensiones del sistema político en caso de que se generalizase la celebración de primarias abiertas en todos los partidos. Por último, dedicaremos la cuarta sección a valorar si las elecciones primarias abiertas pueden ser o no una solución a la crisis de legitimidad del sistema político español.
Ésta es sólo la introducción, puedes leer el artículo completo descargando el siguiente archivo en PDF: EN PROFUNDIDAD. Marzo 14. Elecciones primarias
[1] Por ejemplo: JR Montero, R Gunther, M Torcal (1998). “Actitudes hacia la democracia en España: legitimidad, descontento y desafección”, en REIS, 83, 9-49
[2] Morales, L. (2005). Ver Gráfico 22, p. 75
[3] Ver en el ámbito español García Pelayo, M. (1986). El Estado de Partidos, Alianza Editorial, Madrid.
[4] En relación con la clásica “ley de hierro de la oligarquía” enunciada por Michels en Los Partidos Políticos. Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna.