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FACTCHECKING - Las promesas de Dilma Rousseff y el Ministro de Deportes de Brasil

Alejandro Ciordia Morandeira

Marta Ruiz Manrique de Lara


Este mes, analizamos dos declaraciones de miembros del gobierno federal de Brasil, en la que la Presidenta Dilma Roussef y el Ministro de Deportes Aldo Rebelo defienden la organización del Mundial en respuesta a las críticas de una gran parte de la sociedad brasileña.



Dilma Rousseff (Presidenta de Brasil, el 28 de mayo de 2014):


"Los aeropuertos del país que son remodelados y ampliados con motivo del Mundial de fútbol no son padrón FIFA y sí padrón Brasil (…) No estamos haciendo aeropuertos para la copa, los estamos haciendo para los brasileños.”[1]





Aldo Rebelo (Ministro de deportes de Brasil, el 20 de agosto de 2012):


“Hemos estado trabajando increíblemente duro para asegurarnos de que estos Juegos traen una reducción de la desigualdad en nuestro país. Los Juegos Olímpicos y el Mundial son grandes oportunidades para el país para desarrollarse y evolucionar, así como para minimizar la desigualdad social”[2]


El mensaje de ambas declaraciones es muy similar, más explícito en el caso del ministro: el Mundial de Brasil generará importantes beneficios que serán disfrutados por todos los brasileños y no únicamente por las clases altas, por lo que contribuirá a reducir la desigualdad social. Se trata de un discurso que no es propio únicamente de los políticos brasileños, sino que se ha venido defendiendo por altos mandatarios de todo el mundo.

Los países pugnan por conseguir el “privilegio” de organizar un gran evento deportivo (en particular los dos eventos de mayor magnitud, los JJ.OO. y el Mundial de futbol). “Privilegio” porque es percibido como una oportunidad para los países de impulsar su desarrollo económico y demostrar al mundo la calidad de sus instituciones. La organización de estos eventos forma en sí misma una estrategia de desarrollo económico que se cree especialmente apta para los llamados países emergentes. Así además del Mundial de 2014 en Brasil, tuvimos el de Sudáfrica en 2010, el próximo de 2018 se celebrará en Rusia y por ahora parece que el de 2022 tendrá lugar en Qatar. Por otro lado, los JJ.OO. de 2008 se celebraron en Pekín, Rio celebrará los de 2016 y Estambul se quedó a tan solo un paso de llevarse los de 2020. Pese a ello, podemos decir que México fue el primer país emergente que organizó un gran evento, con los JJ.OO. de 1968 y los Mundiales de 1970 y 1986.


Pero también es un discurso familiar aquí en España, donde el Mundial de 1982 de Naranjito se nos vendió como la gran oportunidad de crecimiento y apertura al mundo de la nueva democracia española. Barcelona ’92 es el gran hito que para muchos regeneró la ciudad y puso a Barcelona entre las principales ciudades europeas. ¿Y qué decir de los tres intentos fallidos de Madrid por ser sede olímpica? En esta ocasión la baza fue precisamente que los JJ.OO. nos sacarían de la crisis y prácticamente resolverían todos nuestros problemas.


Aunque este mes vamos a someter concretamente a factchecking la afirmación del ministro Aldo Rebelo, de fondo pretendemos analizar la validez de la teoría imperante hasta hace bien poco: que la organización de unos Mundiales o JJ.OO. son beneficiosos para el país anfitrión, no sólo para las élites empresariales sino para todas las clases sociales.


¿Cómo afecta la organización de macroeventos a la desigualdad social en los países anfitriones?


A continuación, utilizando la base de datos del Banco Mundial, analizaremos la evolución de varios indicadores socioeconómicos, para comparar la evolución de los 3 países emergentes que en la última década han organizado Mundiales o JJ.OO. (China, Sudáfrica y Brasil). Dado que los tres países que analizamos son parte de uno de los dos clubs de emergentes más de moda -los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y los MINT (México, Indonesia, Nigeria y Turquía)-, aprovechamos para comparar los datos con los promedios de los 6 países restantes para darnos una idea de la marcha de los otros países emergentes que no han organizado grandes eventos aún. Consideramos en cualquier caso que el periodo de influencia de unos JJ.OO. o unos Mundiales sobre la economía comienzan a ser patentes por lo general unos 5 años antes (cuando ya se ha anunciado la sede por el COI o la FIFA[3]) y se pueden seguir notando posteriormente a su celebración, ya sea en los 5 años posteriores (corto plazo), o incluso hasta una década después (medio plazo). Así, señalaremos convenientemente en cada gráfico las 5 fechas relevantes:


a) Fase de presentación de candidatura (10-5 años antes)

b) Fase de preparativos y primeras inversiones (desde 5 años antes)

c) Año de celebración

d) Efectos a corto plazo (hasta 5 años después)

e) Efectos a medio plazo (5-10 años después).


Eso sí, hemos de advertir que en cualquier caso las correlaciones que podamos encontrar son solo eso, correlaciones entre la celebración de macroeventos y algún indicador, no necesariamente una relación de causa-efecto, porque somos conscientes de que hay muchos más factores en juego, cuyo estudio sobrepasaría la extensión y el objetivo de este factchecking.


Para medir la desigualdad social utilizamos en primer lugar el índice Gini, un coeficiente que representa la distribución del total de renta entre la población de un país, ordenado precisamente de menor a mayor nivel de renta. Sus valores varían entre 0 y 100, representando 0 una hipotética sociedad en la que todos sus miembros tienen el mismo nivel de renta, y 100 representa la máxima desigualdad, el supuesto de que una sola persona controle el total de la renta de un país. Lamentablemente existen muy pocos datos en la mayoría de los países y resulta muy difícil hacer una serie histórica de los países organizadores del mundial en las últimas décadas, pero aun así lo hemos intentado y aquí está el resultado. El gráfico 1 muestra la evolución del índice Gini, donde lo más destacable es precisamente que no hay un patrón claro y cada país evoluciona de forma diferente, sin que se pueda atisbar ninguna correlación con la celebración de los respectivos eventos. El crecimiento de la desigualdad en China y Sudáfrica en la fase de candidatura y el momento de otorgamiento no es imputable a estos eventos, ya que se trata de una tendencia anterior. Lo mismo podemos decir del caso brasileño, en el que la desigualdad ha disminuido significativamente en los últimos años, pero se trata de un proceso que se inició ya a finales de los 90. Además, analizando las líneas grises del resto de emergentes no organizadores vemos que si bien la media aumenta ligeramente hay grandes diferencias de comportamiento entre los países.

Los argumentos de los defensores


A continuación vamos a contrastar dos “verdades” generalmente aceptadas sobre los efectos de los macroeventos. La primera es que éstos implican crecimiento económico, por lo que en principio el PIB y las importaciones y exportaciones deberían crecer significativamente los años previos y posteriores al mundial, En el gráfico 2 vemos las tasas de crecimiento anual del PIB per cápita de los tres países analizados, comparados con la media del grupo de emergentes, mientras que el gráfico 3 nos muestra el volumen del comercio exterior (la suma de importaciones y exportaciones) en relación al PIB. De nuevo no se ve ninguna correlación con las fechas de los eventos, aunque sí que hay un patrón común, y las tasas de crecimiento evolucionan de forma muy similar en todos los países, de acuerdo con los ciclos económicos a escala global. Sí es destacable que si nos fijamos en el primero de los puntos marcados de las líneas de China y Sudáfrica, ambos países se encontraban una década antes (que es cuando se suele empezar a valorar la candidatura) en un periodo de ralentización de la economía, creciendo a tasas inferiores a lo habitual, lo que indica que quizás se siguió el mismo razonamiento defendido para la candidatura de Madrid 2020 en nuestro país.


La segunda es que los JJ.OO. y los Mundiales atraen a una gran masa de turistas, no sólo durante la competición, sino también en los años anteriores y posteriores por la enorme repercusión internacional El gráfico 4 muestra la evolución media interanual de los turistas extranjeros en los países organizadores, tomando como referencia el año de celebración, por lo que eliminamos el factor temporal y de los ciclos económicos. Es importante tener en cuenta, que como en el gráfico 2, estamos hablando de porcentajes de crecimiento, por lo que aunque la línea pueda ser descendente, todos los valores por encima del eje de 0 representan crecimiento del número de turistas. Para facilitar la visualización hemos agrupado los datos de los países en tres grandes grupos:


a) Media organizadores: los 9 países organizadores entre Sidney 2000 y Brasil 2014


b) Media emergentes: Brasil, Sudáfrica y China


c) Media desarrollados: Reino Unido, Alemania, Grecia, Japón, Corea y Australia.


En primer lugar se ven dos grandes aumentos en el número de turistas, entre 5 y 2 años antes al evento (fase de preparativos) y entre el evento y los dos años posteriores. Es curioso también que haya una tendencia a que descienda el crecimiento o incluso disminuya el número de turistas justo un año antes, que podría deberse a las expectativas de viajar al país para la competición[4]. En cuanto al turismo podemos decir que estos grandes eventos sí que proporcionan un repunte importante del turismo internacional en el lustro anterior y en los años inmediatamente posteriores, pero tampoco podemos afirmar por los datos disponibles (la serie comienza en 1995) que también se mantenga un crecimiento a medio y largo plazo.

Los argumentos de los críticos


Desde que en junio de 2013, coincidiendo con la Copa Confederaciones y con una subida del precio de los autobuses en Sao Paulo, gran parte de la sociedad brasileña comenzase a mostrar su rechazo a la gestión del Mundial y al destino de las inversiones, muchos son los argumentos que se han oído en contra sobre los supuestos perjuicios que el campeonato causará, especialmente para los más desfavorecidos. En primer lugar se ha venido diciendo que el dinero público empleado en la construcción de estadios e infraestructuras supone una disminución del gasto en educación y sanidad. En el gráfico 5 vemos el gasto público en educación y en sanidad de cada país y de la media de los emergentes en relación a su PIB. Comparando dichas estadísticas podemos afirmar que de nuevo, los tres países sedes siguen la misma tendencia ascendente, sin diferencias notables con la media de los países emergentes que no han tenido que realizar las grandes inversiones en infraestructuras que requieren los macroeventos. Además, vemos que según se acerca la fecha de celebración, el porcentaje de gasto público en sanidad y en educación crece, prácticamente con la misma pendiente, es decir, al mismo ritmo, que la media de BRICS y MINT. Por tanto, no parece que se recorte el gasto público en sanidad y en educación como consecuencia de ser sede olímpica o mundialista.



Otra crítica muy común es que a medio plazo supondrá un aumento de la pobreza mientras que los beneficios de las inversiones extranjeras se lo quedarán las élites políticas y económicas del país. En el gráfico 6 vemos el porcentaje de la renta total del país que posee el 10% más rico de la población, mientras que en el gráfico 7 observamos el porcentaje de la misma que tiene el 20% (línea discontinua) y el 10% (línea continua) de la población con menores ingresos. En el gráfico 6 no encontramos ningún comportamiento uniforme, ya que si bien en China y Sudáfrica la élite económica aumenta su porcentaje de ingresos durante la fase de presentación de candidatura, este aumento coincide con los últimos años antes de la crisis financiera global que comenzó en 2008 y por el contrario en Brasil continúa la tendencia anterior de redistribución de la renta total hacia otros sectores de la población con menos ingresos. En el gráfico 7 nos desplazamos a las capas inferiores de la población en cuanto a ingresos, y de nuevo vemos que mientras que la medía de países emergentes se mantiene estable en el tiempo, los tres países organizadores siguen su propia tendencia anterior: desciende la renta de los más pobres en China, aumenta en Brasil y se mantiene más o menos estable en Sudáfrica. Teniendo en cuenta ambos gráficos podemos decir que no se aprecia una relación significativa entre la organización de mundiales y JJ.OO. y la redistribución de la riqueza en los países organizadores en ninguno de los dos sentidos.


Sudáfrica 2010 vs. Brasil 2014


Como ya hemos dicho, el último país anfitrión del mundial pasado fue Sudáfrica. Dada la cercanía temporal, y la similitud en aspectos socioeconómicos nos ha parecido interesante comprobar si en Sudáfrica se obtuvieron los prometidos efectos positivos con la organización de tal evento y si afectaron por igual a toda la población o si por el contrario contribuyeron a acentuar la desigualdad social.


Para ello hemos analizado la evolución de una serie de indicadores que reflejan aquellos aspectos de la economía que supuestamente se potencian a raíz de la organización de uno de estos macroeventos. Por ejemplo, se asegura que el número de turistas que visitan el país aumenta tanto a causa del mundial que los beneficios extra que se generan son un claro incentivo para realizar las inversiones mastodónticas que son necesarias para cumplir con los estándares de la FIFA y sin embargo como podemos ver en la gráfica esto no se produjo en Sudáfrica. El turismo en Sudáfrica aumentaba progresivamente desde 2002 hasta que en 2009 se produjo un descenso radical. En el 2010, el año del Mundial, el número de visitantes ascendió, pero sin llegar a recuperar ni la mitad de lo que había descendido el año anterior.


Otra variación inesperada fue la del desempleo. Como podemos ver llevaba descendiendo desde el 2000 y a partir de 2007 comenzó a subir. Incluso en el 2010, la celebración del Mundial, lejos de invertir esta tendencia, solo consiguió estabilizar el desempleo para luego en 2011 volver a mostrar un repunte al alza.



Pero sin duda lo que más se apresuran a vender como beneficio de organizar uno de estos macro eventos es la posibilidad de promocionar el país, de abrir sus puertas al extranjero, lo cual no repercutirá solo en un incremento del número de visitantes, sino en la obtención de prestigio internacional y mostrarse como un país adelantado capaz de acoger eventos de tal calibre. Pero claro, ¿cómo se mide el prestigio de un país a nivel internacional? Estas mejoras que tanto se prometen son difícilmente medibles y tampoco se puede asegurar que vayan a implicar automáticamente una mejora en el nivel de vida de todos los ciudadanos. Por ejemplo, podríamos ver si las exportaciones aumentaron. En el gráfico observamos como efectivamente aumentaron a partir del 2010.


Obviamente, no podemos establecer una relación de causalidad entre el Mundial y este aumento, porque entran en juego muchas otras variables, y aunque así fuera tampoco podemos asegurar que toda la población se vaya a ver beneficiada por igual, pues hay cambios que a priori parecen beneficiosos y luego no lo son tanto. Por ejemplo, tal y como ocurrió en algunas áreas marginales de Sudáfrica al realizar determinadas inversiones requeridas por la FIFA, como la construcción de estadios, pero no tanto por las necesidades de esa población se altera e valor de la propiedad e incluso el carácter de la zona[5].


Con este análisis no queremos sentenciar que la organización de un macro evento deportivo vaya a ser necesariamente un completo fracaso económico. Sino que queremos recalcar que cualquier inversión no se ha de medir solo por su desembolso en términos monetarios sino que hemos de tener en cuenta el coste de oportunidad. Es decir, hemos de tener presente en que se está dejando de invertir los recursos destinados a estadios o a infraestructuras requeridas por la FIFA no tan necesarias.


En relación con esto, nos gustaría destacar un trabajo realizado por Simon Kuper y Stefan Szymanski en su libro Soccernomics. Basándose en los índices de felicidad elaborados por la Comisión Europea aseguran que organizar un evento de este tipo en países con las necesidades físicas cubiertas y con niveles de renta per cápita mínimos sí que redundaba en una mayor felicidad para la mayoría de sus ciudadanos, porque al tener las necesidades primarias cubiertas, surgen otras nuevas como el deseo de vivir un Mundial en su país. (leer más sobre Soccernomics aquí)


CONCLUSIONES:

Tras este largo análisis posiblemente como lector ya te habrás dado cuenta de que la frase más repetida es que no hay correlación entre el comportamiento de la mayoría de indicadores y las distintas fases de organización de un Mundial o unos JJ.OO. en los tres países emergentes que hemos examinado (China, Sudáfrica y Brasil) cuando lo comparamos con el comportamiento medio del resto de países emergentes (Rusia, India, México, Indonesia, Nigeria y Turquía). Pero eso no quiere decir que todo este análisis haya sido en vano.


En primer lugar podemos afirmar que las declaraciones del Ministro de Deportes brasileño, Aldo Rebelo se basan en una presunción falsa, que los Mundiales y JJ.OO. influyen significativamente en la economía y la sociedad y son capaces de reducir la desigualdad. El único efecto constatado es el aumento del turismo en el lustro anterior al año de celebración y en los dos años posteriores, pero ni siquiera parece que haya un efecto a más largo plazo sobre el flujo de turistas extranjeros.


Por el contrario no parece que haya una correlación con el crecimiento económico, el comercio exterior, la desigualdad social, el gasto público en otras partidas como educación y sanidad, ni tan siquiera con el desempleo. Estos datos no solo desacreditan a los políticos y miembros de la FIFA y el COI que realizan promesas relacionadas con estos macroeventos que seguramente nunca lleguen a cumplirse, sino que también pone en entredicho muchas de las acusaciones que los manifestantes y activistas contrarios al Mundial de Brasil han realizado.


Cualquiera de las dos posturas es válida, y cada uno defenderá su posición, pero para poder mantener un debate público sobre la cuestión del que podamos obtener alguna conclusión en primer lugar debemos saber cuál es la realidad sobre las supuestos efectos, tanto positivos como negativos, de los macroeventos. Es verdad que escasean los datos para hacer un análisis más riguroso del que nosotros hemos realizado, por eso precisamente creemos que con toda la polémica que despierta esta cuestión deben realizarse en los próximos años estudios serios sobre esta materia. De otro modo, los argumentos de las dos partes no serán más que especulaciones.


FUENTE: Datos obtenidos del banco de datos del Banco Mundial (http://databank.worldbank.org/data/databases.aspx)


GRÁFICOS: Elaboración propia


[3] El COI decide la sede olímpica 7 años antes de la fecha de celebración, mientras que la FIFA no tiene un proceso tan institucionalizado, pero suele oscilar entre los 4 y los 6 años, con la excepción de Qatar 2022 que se decidió con 12 años de anticipación.

[4] No es relevante en cambio la volatilidad vista en los efectos a largo plazo, ya que en vez de 9 países solo tenemos los datos de Australia, Corea y Japón, y es la volatilidad de este último (entre otras cosas por el accidente de Fukushima) lo que sesga la media.

[5] Pillay, U. y Bass, O.(2010): Mega-events as a Response to Poverty Reduction: the 2010 FIFA World Cup and its Urban Development Implications, Urban Forum, 2010, Vol.19,329-346.

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