A. Monsó. “Apología del apocalipsis: Ciencia-ficción politológica”
Álvaro Monsó Gil
Marzo de 2016. La reciente victoria electoral aplastante de Podemos se suma a la conseguida por Alexys Tsipras y Syriza en Grecia, y parece pavimentar sólidamente el sendero a seguir en la construcción de lo que se ha venido a llamar el Frente Amplio Nueva Europa o FANE. El miedo de cierta parte de la militancia de la formación de Pablo Iglesias a la continuación de la política bélica y elitista schumpeteriana parece disiparse, y una vez alcanzado el poder y desenmascarada la connivencia entre el establishment político y el poder económico hegemónico, los círculos participativos florecen por doquier. La institucionalización de los movimientos sociales anti-neoliberales no sólo en el Sur, sino también en las cunas del poder económico global parece ser una realidad. La City londinense y Wall Street parecen asumir el inminente cierre del guateque globalizado que durante décadas llevaban disfrutando ante el creciente apoyo popular a las alternativas que grupos subalternos han ido articulando. La economía financiarizada (que no financiera) parece por fin colapsar, al desaparecer los fondos buitre, los hedge funds, el uso irresponsable de SWAPS y otros instrumentos financieros o los paraísos fiscales. La prima de riesgo parece un vocablo del pasado, al alcanzarse por fin la verdadera unión monetaria y fiscal europea. Los europeos son testigos del reconocimiento de la responsabilidad en el desencadenamiento de la crisis por parte de los especuladores financieros (inmobiliarios, agroalimentarios, armamentísticos y energéticos) y las insoportables deudas de gran parte del sur de Europa, hasta hace poco azotada por el paro y la miseria, son auditadas y reducidas de forma contundente.
Los cambios se suceden a un ritmo vertiginoso. El régimen obsesivo del crecimiento y la tiranía del PIB como indicador de progreso parecen llegar a su fin, y el radical cambio post-materialista en las formas de vida de las poblaciones europeas logra instaurar una tradicional reivindicación libertaria, la jornada laboral de tres días. El trabajo deja de ser un bien escaso y el paro se convierte cada vez más claramente en un problema del pasado. La ecología se ha convertido en un modus vivendi, y en las plazas de los barrios y pueblos de toda España se imparten cursos de consumo ético, transporte responsable, reciclaje, manualidades, do it yourself o de prevención del despilfarro energético, entre otros. Ante el nuevo panorama, los medios de comunicación parecen tener una renovada ilusión por instaurar el espíritu crítico en la ciudadanía hacia las más diversas instituciones, hasta ahora intocables, y ésta reacciona replanteándose los cimientos materialistas y consumistas del sistema sobre el que se había acomodado. El intercambio de bienes vecinales no sólo parece estar consiguiendo un uso más racional de los recursos limitados, sino que parece reforzar la economía colaborativa y su incipiente espíritu de solidaridad y apoyo mutuo, en el cual la propiedad privada se ve relativizada en su importancia frente a la felicidad comunal. Triunfan las obras promotoras de la filosofía slow: slow food, slow work, slow sex, o slow technology, entre otros. Precisamente en lo concerniente a esta última, la tecnología, se palpan por fin los frutos de la promesa tecno-capitalista: progreso tecnológico al servicio de la ciudadanía traducido en mayor disponibilidad de tiempo para el ocio, la familia y los amigos. Las necesidades vuelven a ser necesidades, en el sentido más fuerte de la palabra, y el hundimiento de compañías como Apple o Microsoft refleja el ocaso del conformismo ciudadano ante la obsolescencia programada, la colonización publicitaria del espacio público, o la demencia de las rebajas.
Los programas educativos y las metodologías pedagógicas parecen haber sufrido un vuelco repentino, y las competencias relacionadas con el espíritu crítico, la creatividad y la expresión emocional logran una merecida primacía sobre la capacidad memorística, la evaluación meritocrática uniformizada o el aprendizaje de la competitividad. La música, la pintura, el cine, la literatura o la filosofía se vuelven a percibir como parte integrante de ese cuerpo cognitivo que tan altivamente se había venido llamando ‘troncal’. El árbol del conocimiento parece multiplicar sus ramas acogiendo en su seno la verdadera multidisciplinariedad como complemento a la complejidad y heterogeneidad humanas. Y lo que es más importante, el estigma de la incompetencia académica parece ir dando paso a la apreciación de la diversidad, la multiplicidad de los intereses subjetivos, y la aceptabilidad de lo diferente y su consideración como parte integrante de cada ser. La educación pasa de ser una preparación sistémica para el mercado globalizado a una verdadera formación para, en y por la vida.
Las expresiones de subjetividad radical inundan las calles, en un proceso multitudinario de deconstrucción social. El régimen heteropatriarcal que la publicidad había perpetuado durante décadas es atacado ferozmente por la ciudadanía, y los carteles publicitarios machistas, otrora tan frecuentes en marquesinas, metros, autobuses, periódicos o revistas, son arrancados, pintarrajeados, caricaturizados y, en general, condenados unánimemente. Desaparece el modelo de mujer-esqueleto y la cosificación y mercantilización del cuerpo femenino. El cine y las series de televisión abandonan por fin el tabú fálico, y los penes se vuelven tan aceptables en el imaginario artístico popular como las vaginas o los senos. Triunfa la reivindicación de la belleza como un canon intangible, y las expresiones más dispares de sexualidad se celebran como parte integrante de la experiencia vital humana, sin importar elementos raciales, físicos, de género, o sociales. En las escuelas se imparte la teoría queer como un paso indispensable en el reconocimiento del género como una cuestión performativa, y se termina con el miedo social a cruzar las fronteras de lo inteligible que tantas generaciones de homosexuales, bisexuales, transexuales y gender-creative habían padecido. La ‘fobia’, como institución social, parece disiparse.
La industria agroalimentaria es una de las principales víctimas de la imparable revolución vegana, y se ve obligada a reformular las premisas sobre las cuales venía trabajando: más producción en el menor tiempo posible y con la menor cantidad de recursos económicos invertidos. Con la conversión definitiva de la institución de los ‘derechos humanos’ en ‘derechos fundamentales’, se comienza a reconocer globalmente el estatus de los animales no-humanos como seres sintientes, con una dignidad inherente a su ser en cuanto titulares de vida y seres susceptibles de padecimiento y sufrimiento. Los organismos internacionales parecen haber alcanzado un consenso en cuanto a que el especismo será, a partir de las próximas décadas, equiparado en su grado de reprochabilidad a actitudes como el racismo o la homofobia. La industria cárnica colapsa, y con ella la destrucción de los ecosistemas que la producción industrial masificada requería para la alimentación masiva del ganado. Se denuncian igualmente las prácticas tiránicas que las compañías titulares de patentes sobre los cultivos transgénicos realizaban, y los ejecutivos de transnacionales como Monsanto, Mars, Pepsico o Nestlé son encarcelados como autores de diversos delitos contra la integridad medioambiental y la salud pública. La tala de las selvas amazónicas se detiene, y pese al aumento exponencial en el consumo (y, por consiguiente, el cultivo) de la soja, la extensión de tierra requerida para dicha nueva necesidad parece ser abismalmente inferior a la requerida para la producción de pienso transgénico y alimentos producidos con aceite de palma. Los expertos en medicina se congratulan ante el advenimiento de una nutrición más saludable, carente de aditivos hormonales, conservantes o colorantes, que ya empieza a reducir la incidencia de las enfermedades cardiovasculares y los trastornos dietéticos (especialmente los relacionados con el colesterol) y a reducir la carga económica y fiscal que para los sistemas públicos de salud suponían cada año estas patologías.
Por otra parte, Telecinco quiebra ante el nulo seguimiento de la mayor parte de su emisión, y su frecuencia es sustituida por un canal dedicado al cine existencial. Los directores de programas como ‘Sálvame’ o ‘Mujeres y Hombres y Viceversa’ emiten comunicados públicos disculpándose por haber lastrado durante demasiados años las posibilidades de emancipación intelectual de un segmento enormemente significativo de la población española, y se celebra la destrucción e incineración de sus platós como la particular ‘caída del Muro español’. El término ‘cultura de masas’ empieza a perder el significado despectivo que tradicionalmente había tenido, y si bien algunas de sus expresiones tradicionales como el seguimiento del fútbol siguen latentes, la pasividad y permisividad ante los desmanes y desvaríos del antiguo negocio opulento y fastuoso que dicho deporte había sido llegan definitivamente a su fin. Pese a que la prensa deportiva se lamenta del éxodo masivo de jugadores de primer nivel de nuestra liga ante la nueva fiscalidad implementada, sus quejas caen en saco roto puesto que en los quioscos la escasa demanda ha relegado a un segundo plano sus voces. Las redes sociales están de capa caída observando como el número de perfiles en Facebook, Twitter o Instagram que muestran una actividad significativa es cada vez menor. Calan las reivindicaciones que condenan el uso de la ciberrealidad como un artificial escaparate comercial para las relaciones sociales, y la exhibición desenfrenada del ámbito de la privacidad se convierte en una práctica en peligro de extinción. Por el contrario, triunfan las cuentas que promocionan el activismo político y social, las que difunden o son parte del calendario cultural en las grandes urbes y las dedicadas a la sátira, el humor crítico y la reflexión filosófica.
Además, (…)
STOP. Llegados a este punto, más de un lector tendrá ganas de lanzar un jarrón a la cabeza del humilde servidor que escribe estas líneas, ya sea por idealista, por simplista, por ignorar la complejidad de la realidad capitalista, por parcial, por pretencioso, por naif, por iluso, por ignorante, por faltar al rigor periodístico que consistentemente ha mostrado la revista online Ágora, o simplemente por hacer perder al lector su valioso tiempo. Pues bien, quiero complacer a todos los que hayan experimentado los citados pensamientos aceptando todas las críticas. Y es que, es cierto, muchas de las cosas que en estas ficticias premoniciones se han escrito son puras sandeces. No obstante, el propósito del texto que el lector acaba de sufrir en sus carnes es el ataque a algunas de las verdades y los sentidos comunes que en tal alto grado he ido interiorizando (y más de alguno, seguro, conmigo) diariamente a lo largo de mi vida. La construcción discursiva de nuestra realidad cotidiana nos acota y delimita diariamente las fronteras de lo inteligible, lo posible y lo alcanzable. Esta proposición es, verdaderamente, la esencia de lo que podría considerarse el objetivo de mi artículo. Mi petición o sugerencia es la siguiente: anímense, jueguen a este juego y hagan realidad su visión de la realidad idílica. Hagan un ejercicio de reflexión utópica. Materialicen en unos párrafos una ciencia ficción politológica. No importa cuán descabellados sean los sueños que desde los valores de cada uno se promuevan. Láncense a la piscina. En una de las citas más célebres del siglo XX, Margaret Thatcher recordaría a los críticos del capitalismo neoliberal que “There is no alternative”, o, en su versión acortada para la gente neo-con más cool, ‘TINA’. Mi interpretación de lo que la Dama de Hierro venía a hacer es básicamente cortar las alas de sus detractores y sentenciar, “Señores, pies en la Tierra, no existe la posibilidad de PENSAR fuera del marco. Salvo, claro está, que nos importe un comino la civilización y queramos dirigirnos al apocalipsis”. Humildemente, mi petición, como filosofía vital, es la de renunciar al miedo. En estos convulsos meses, donde el miedo ha sido y seguirá siendo un arma de seducción y persuasión más, mi sugerencia es barrer el temor a soñar debajo de la alfombra. Las decepciones son duras, pero nada comparadas con la auto-imposición de límites en el único ámbito donde somos dueños y señores: la mente. Así que, si por alguna casualidad he llegado a conectar con alguno de ustedes lectores, ya saben, jueguen conmigo. Atrévanse a explicitar sus desvaríos. Salgan de las cajas que les constriñen. Hagan apología del apocalipsis.