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H. Calvo. "El multilateralismo sabe mejor con sirope de arce: La posición de Canadá en el mundo

Héctor Calvo López Canadá no compite en el mundial de fútbol desde 1986, pero probablemente Toronto sea una de las ciudades del planeta donde más se vive este campeonato. Un arcoíris de camisetas atesta Yonge Street, mientras coches decorados con banderolas de todos los países se pitan entre ellos cuando reconocen a un compatriota o a un rival directo. Todos los días hay partido porque todos los equipos tienen aficionados en la ciudad. La mitad de la población ha nacido fuera del país, y buena parte del resto son inmigrantes de segunda o tercera generación que defienden con la misma pasión los colores de sus ancestros. Malo será que una nación del mundo no se encuentre representada en un restaurante o bar del variopinto panorama gastronómico torontoniano, si es que no dispone directamente de barrio propio como Little Italy, Greektown, Little Portugal, Koreatown…


Toronto ejemplifica a la perfección el ideal canadiense de una sociedad internacional: una comunidad de comunidades, donde cada grupo pueda mantener su identidad cultural diferenciada, pero todos compartan un espacio de convivencia definido por un civismo universal. Un mundo en el que la intervención en el exterior se limite al mantenimiento del orden y la paz, a la defensa de los derechos humanos y al compromiso de cooperación y diálogo en todos los foros internacionales.


Fue precisamente un ministro canadiense, Lester B. Pearson, el que auspició la creación de las fuerzas de paz de la ONU durante la crisis de Suez en 1956, y que sirvieron de ejemplo para conflictos posteriores. Mucho más recientemente, la mediación de Canadá y el Vaticano acercaba a los gobiernos de Estados Unidos y Cuba en uno de los mayores acontecimientos de la diplomacia del siglo XXI.


El gobierno canadiense no suele generar grandes titulares en los rotativos españoles, pero el país se encuentra en una posición estratégica que lo podría convertir en un actor muy relevante para el futuro. Sin ánimo de exhaustividad, su situación actual se puede resumir en las cuatro coordenadas de una brújula.

  • Al sur: Estados Unidos.

Más que hermanos, Canadá y Estados Unidos parecen dos gemelos siameses difíciles de separar. A una cultura y lengua comunes, se une una de las economías más integradas del planeta, la cual va más allá de la firma del NAFTA en 1992. Aunque la balanza favorece claramente a los estadounidenses, con un país nueve veces más grande en población y PIB, Canadá sigue siendo su mejor socio. Estados Unidos absorbe las tres cuartas partes de las exportaciones canadienses y suministra más de la mitad de sus importaciones, pero Canadá también le provee a su vecino del sur una séptima parte de sus importaciones y le compra un quinto de sus exportaciones, datos tampoco desdeñables.


Mientras disminuye la demanda estadounidense de petróleo en el exterior, la del crudo canadiense se mantiene creciente: a principios de 2010, el petróleo canadiense y sus derivados representaban para Estados Unidos un 22% del total importado; a principios de 2015, un 42%. El crudo canadiense supuso así una décima parte del consumo total en Estados Unidos durante 2014.


Es precisamente el flujo de oro negro lo que ha despertado la mayor discusión entre los dos países de los últimos años. En febrero de 2015, el presidente Barack Obama vetó la construcción de una nueva extensión del oleoducto Keystone, entre Alberta y Nebraska. Este proyecto, aprobado por la mayoría republicana en el Congreso, era una gran apuesta del primer ministro canadiense Stephen Harper. A su favor estaba la creación de empleo y una presumible mayor seguridad energética para Estados Unidos, que dependería menos de Venezuela y Oriente Medio. En su contra, los riesgos medioambientales que podía entrañar la estructura.


Este episodio, que no ha pasado de un simple desengaño, no ha enturbiado seriamente la relación entre vecinos pero sí que deja a la luz la alta dependencia del crecimiento económico canadiense tanto a los pozos de Alberta, como a lo que se decide al sur de su frontera.

Foto: Skyline de Toronto.

  • Al este: Europa.

Mientras el continente europeo debate agriamente sobre la posible aprobación del acuerdo de libre comercio con Estados Unidos (TTIP), su equivalente canadiense (CETA) ya tiene una versión definitiva pendiente de traducción y aprobación oficial de los 28 miembros de la Unión y las 10 provincias de Canadá. Este acuerdo supondría una reducción arancelaria de más del 98% en ambos sentidos y un incremento del 23% de las relaciones comerciales entre ambas potencias.


La industria manufacturera, especialmente la de metales y automoción, es una de las más beneficiadas en ambos lados del charco. Los productos agrícolas europeos (especialmente el vino y el queso), así como el textil y calzado podrán tener precios más competitivos en Canadá. También aumentará la protección a sus denominaciones de origen, y las empresas europeas tendrán acceso a licitaciones locales y regionales. En sentido inverso, los productos cárnicos, pesqueros y forestales de Canadá se verán altamente favorecidos en su acceso al mercado común. La voz discordante que más se ha oído y que podría poner en algún aprieto el acuerdo sería la de Alemania, muy escéptica ante la famosa cláusula de protección de inversiones que podría reproducirse también en el acuerdo con Estados Unidos, y que permitiría a empresas norteamericanas protegerse frente a modificaciones normativas sustanciales que afectaren negativamente a su inversión.


Al margen de lo económico, no conviene olvidar que los lazos históricos de Europa con Canadá son más intensos que con Estados Unidos. Canadá es de los pocos países del mundo que es miembro tanto de la Commonwealth como de la Francophonie. Con Reino Unido no sólo comparte soberanía, sino que no fue hasta la aprobación de la Constitución de 1982 cuando sus sistemas jurídicos se independizaron completamente. “Je me souviens” es el combativo lema de la francófona Quebec, que no olvida su pasado francés aunque los envites independentistas se hayan sofocado totalmente tras las elecciones regionales de este año. Según el censo de 2011, un 35% de la población canadiense se consideraba de origen británico, y un 15%, de origen francés. Si a eso unimos las viejas oleadas de inmigrantes italianos, alemanes, polacos o ucranianos, la influencia del viejo continente sobre Canadá es demasiado fuerte como para no considerarlo un aliado estratégico, a pesar del influjo cada vez más poderosos de Asia.


  • Al oeste: Asia.

Los primeros chinos llegaron al país para construir la línea de tren transcanadiense en el siglo XIX y tras las recientes olas migratorias, casi un sexto de la población de Canadá se define de origen asiático. La ciudad de Toronto y las provincias de Columbia Británica y Alberta son las que concentran a la mayor parte de las minorías asiáticas. También son las más boyantes económica y demográficamente, lo que unido al actual panorama internacional, hacen natural el giro del país del Atlántico al Pacífico.


Los mayores hitos del gobierno de Harper en esta cuestión han sido la entrada en vigor del acuerdo de libre comercio con Corea del Sur en enero de 2015, y las negociaciones del nuevo Partenariado Transpacífico (TTP), que podría firmarse durante este año. Este partenariado sobre comercio e inversión se formalizó en 2006 entre Brunei, Chile, Nueva Zelanda y Singapur, y en caso de éxito, se extendería a Australia, Canadá, Estados Unidos, Japón, Malasia, México, Perú y Vietnam.


Las relaciones entre Canadá y China han mejorado con el tiempo, aunque no son todo lo estrechas que cabría esperar. El inicio del gobierno de Stephen Harper estuvo marcado por un discurso muy agresivo del primer ministro contra la potencia asiática, hasta el punto de ausentarse de la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Pekín a causa de la falta de respeto del régimen chino hacia los derechos humanos. Sin embargo, estas declaraciones se suavizaron con el comienzo de la crisis económica y las tres visitas oficiales de Harper a China en 2009, 2012 y 2014. En octubre de 2014, entró en vigor un Acuerdo de Promoción y Protección de las Inversiones Extranjeras, plasmación escrita del acercamiento económico entre ambos países.


  • Al norte: el Ártico.

“We the North”, corean orgullosos los seguidores de los Toronto Raptors. La septentrionalidad es un pilar fundamental de la identidad canadiense, y desde hace unos años, se han multiplicado los gestos y declaraciones del gobierno en defensa de sus derechos soberanos sobre el Ártico. El deshielo y la mejora técnica anuncian una pelea por el botín oceánico, con forma de rutas marítimas directas entre el Pacífico y el Atlántico, y depósitos subacuáticos de hidrocarburos y minerales.


Aunque impera la cordialidad, Rusia, Canadá, Dinamarca, Estados Unidos y Noruega han empezado a tomar posiciones. Stephen Harper viaja al menos una vez al año a los territorios autónomos del norte, que tienen casi la misma extensión que la parte continental de la Unión Europea y suman una población similar a la de Orense. En 2007, el primer ministro anunció un incremento del despliegue militar en la región, con un aumento de embarcaciones patrulleras y la construcción de un puerto de aguas profundas que pueda acoger una flota de rompehielos.


Por el momento, Canadá mantiene disputas con Dinamarca (a través de Groenlandia) por la bahía de Baffin y la isla de Hans, con Estados Unidos por el mar de Beaufort y el Paso del Noroeste, y con Rusia y Dinamarca por la cresta de Lomonósov. La cuestión ártica puede ser así un motivo más de fricción con Rusia, después del deterioro de sus relaciones por la invasión rusa de Crimea y el apoyo diplomático feroz de Canadá tanto al nuevo gobierno ucraniano como a la expulsión de Rusia del G8.


Foto: Barack Obama junto al Primer Ministro canadiense Stephen Harper. Fuente: Pete Souza


Aunque la brújula está clara, no lo está tanto el rumbo a seguir. El gobierno conservador de Stephen Harper ha intentado dar un golpe de timón desde su llegada al poder en 2006. Más agresivo que sus predecesores, la suya ha sido una apuesta decidida por la defensa de los intereses nacionales, la intervención militar contra el terrorismo y la diplomacia económica a través de acuerdos de libre comercio. A muchos les ha chirriado este giro, así como su estrecha amistad con Benjamin Netanyahu o George W. Bush, o la escasa preocupación medioambiental de su gobierno, que rechazó el Protocolo de Kioto y promueve la extracción de petróleo de arenas bituminosas.


Las elecciones de octubre revalidarán un cuarto gobierno de Harper o marcarán el regreso de un resucitado partido liberal, bajo el liderazgo del benjamín de los Trudeau. Sin embargo, pase lo que pase, será complicado regresar a la vieja política de multilateralismo pasivo. Canadá necesita ganar una personalidad propia en el panorama internacional si quiere defender sus intereses, algo esencial en un futuro que pinta menos halagüeño que antaño para su poderoso vecino y protector. Así, no se debería dejar la senda de los últimos años en lo referente a la búsqueda de nuevos socios comerciales, con los que diversificar una economía demasiado dependiente ahora de los avatares regionales.


A pesar de lo anterior, un multilateralismo activo como vía de diferenciación tampoco debe ser desdeñado. En un mundo más movedizo en el que se multiplican los contrapesos, su peso económico como undécima potencia mundial, su larga experiencia en la búsqueda de consensos internacionales y la propia diversidad multinacional de su demografía pueden capacitar a Canadá para erigirse en mediador de los grandes debates internacionales. Miembro de los principales foros globales, Canadá tiene voz tanto en el exclusivo G7 como en el integrador G20, tanto en la atlántica OTAN como en el foro pacífico de APEC, tanto en la panamericana OEA como en el norteño Consejo Ártico.


El multilateralismo ha sido el principal eje de la política exterior canadiense en las últimas décadas y por tanto, sería una pena perder ese activo precisamente ahora que el multilateralismo está más vigente que nunca y en el que Canadá necesita buscar nuevos socios. Mediante un multilateralismo activo y la diversificación de contactos comerciales, quizás no sólo los pancakes americanos, sino también los gofres belgas y los pasteles de luna chinos se sirvan con sirope de arce en el futuro.


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Sobre el autor:

Licenciado en Derecho y Ciencias Políticas por la Universidad Autónoma de Madrid, ha sido becario de ICEX en la Oficina Comercial de España en Toronto. Entre sus vicios más o menos confesables destacan el seguimiento compulsivo de elecciones y noticias de ámbito internacional, así como el consumo exhibicionista de literatura en trenes de metro y cafés de modernos.


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