A. Muñoz. “Ucrania, ¿un callejón sin salida? Claves interpretativas del conflicto”
Andrés Muñoz Rojo
La crisis política en Ucrania del 2013, que desencadenó el enfrentamiento armado entre nacionalistas ucranios –mayoritariamente europeístas– y rebeldes prorrusos, va camino de convertirse en un conflicto prolongado que evoca las viejas rivalidades de la Guerra Fría, entre Occidente y Europa Oriental. Ucrania se ha convertido en un escenario internacional de enfrentamiento político e ideológico; un duelo entre Europa Occidental –bajo el amparo de EE.UU.– y las aspiraciones imperialistas de Rusia, poco dispuesta a renunciar a la influencia que ejerce sobre sus antiguas repúblicas soviéticas. Pero los factores que han provocado esta crisis y la escalada del conflicto no son exclusivamente de carácter exógeno. Al contrario. Las causas son más bien endógenas. Ucrania es uno de esos países condenados a crisis perpetuas, tanto políticas como económicas, donde urge llevar a cabo reformas estructurales además de medidas dirigidas a combatir la corrupción heredada de los tiempos de la antigua URSS. A diferencia de otros países próximos a su entorno -como Polonia-, Ucrania, tras separarse de la matriz soviética, se mostró reticente a los procesos de convergencia europea e institucionalización democrática que la UE preconizaba para Europa del Este, y se mantuvo en los márgenes adoptando un régimen político de “fachada” (CIDOB, 2012).
¿Qué explicación podemos ofrecer a la fragilidad política que caracteriza a Ucrania y que ha dado lugar a semejante conflicto armado? En términos geopolíticos, Ucrania se encuentra situada entre Rusia y Europa y esto es, paradójicamente, el punto fuerte y a la vez débil del país. Debido a su ubicación en el mapa, Ucrania representa un pilar fundamental para asegurar la estabilidad europea pero, como encrucijada que es, está expuesta a un mayor grado de vulnerabilidad. De esta forma, Ucrania precisa del apoyo y la cooperación de la comunidad internacional, sobre todo, el de las instituciones europeas. Sin embargo, ninguna alianza política está exenta de intereses o condicionamientos en el ámbito de las relaciones internacionales. Europa apoyará a Ucrania sólo si emprende un programa de desarrollo económico y de reformas políticas, conforme a los “estándares internacionales” (Alexandrova, Olga; 1996).
Desde su independencia, Ucrania ha pasado de ser un riesgo potencial para la seguridad europea a convertirse en una ventaja muy positiva para la estabilidad en la región. Es indispensable señalar algunos aspectos concernientes al proceso de independencia de Ucrania, así como los motivos que obligaron a Occidente a dar un giro en su política exterior con respecto a este país. En un principio, la crisis política y los sangrientos sucesos de octubre de 1993 en Rusia, sembraron muchas dudas sobre la voluntad de los países del Este para transitar hacia una democracia plena. En Rusia, las elecciones parlamentarias de 1993 dieron el poder al líder nacionalista Vladimir Zhirinovsky, lo cual no satisfizo en demasía las expectativas de Occidente. A su vez, la política exterior rusa adquirió un carácter cada vez más agresivo hacia sus vecinos europeos, y sus ansias de conservar la hegemonía en el Este parecían no remitir. El punto de inflexión se produjo tras la firma tripartita por Rusia, EE.UU. y Ucrania del Tratado de No-proliferación Nuclear en 1994, por medio del cual se abandonaba el programa de armas nucleares en territorio ucraniano. A ello, hay que sumarle la transferencia pacífica de poderes en las elecciones parlamentarias y presidenciales ucranianas de 1994 que inauguraron un período de reformas estructurales y económicas impulsadas por el Presidente Leonid Kuchma, culminando en la aprobación de una nueva Constitución, junio de 1996. A la vista del nuevo panorama, EE.UU. apostó por la adopción de un enfoque geopolítico plural, especialmente hacia los 15 nuevos Estados desmembrados de la URSS, en lugar de permanecer exclusivamente centrado en Rusia. Este giro estratégico de Occidente convirtió a Ucrania en objetivo prioritario para la expansión de la OTAN y las instituciones europeas hacia el Este (Alexandrova, Olga; 1996).
Pero fue durante el período del Gobierno autárquico y corrupto de Viktor Yanukovych cuando estalló la crisis social que más tarde desembocaría en el conflicto violento que enfrenta a partidarios de la “rusificación” y a los de la “europeización”. Tras un primer intento de hacerse fraudulentamente con la Presidencia de Ucrania en las elecciones de 2004 –lo cual originó la llamada “Revolución Naranja”–, finalmente, ViktorYanukovych, líder del Partido de las Regiones, consiguió alzarse con la victoria en 2010. Sediento de poder, el Presidente Yanukovych y su Partido de las Regiones introdujeron en el mismo año ciertas modificaciones constitucionales mediante las que se restauraban los preceptos de la Constitución de 1996. Esto significaba desestimar la enmienda constitucional del 8 de diciembre de 2004, por la que se modificaba el régimen político presidencial-parlamentario a parlamentario-presidencial (Olszanski, Tadeusz A.; 2010a). De esta forma, se revertió el esquema político y se institucionalizó la superioridad de la figura del Presidente sobre el Gobierno y el Parlamento, a la vez que reforzaba la posición del Partido de las Regiones frente al resto de opciones políticas. Adicionalmente, el mandato del Primer Ministro quedó subordinado al control del Presidente y sus funciones se redujeron a lo meramente simbólico.
En la historia de la Ucrania independiente, jamás un partido en el poder, bajo el liderazgo incuestionable de la figura del Presidente, había gozado de tantos poderes y competencias, lo que le dio rienda suelta para establecer un sistema cuasi-autoritario –al que todavía algunos llamaban democracia– y afianzar su superioridad frente a la oposición. Tras cosechar un nuevo triunfo electoral en los comicios parlamentarios de 2012, la posición e influencia del Partido de las Regiones se reforzaron todavía más.Esta ventajosa circunstancia fue aprovechada para desplegar un conjunto de medidas poco acordes con los principios democráticos: restringir el pluralismo político y reforzar el control del ejecutivo sobre el resto de instituciones del Estado así como de la sociedad civil. Aunque pueda parecer que el mandato de Yanukovych supusiese un impasse en la evolución democrática del país, lo cierto es que los gobiernos y mandatarios predecesores orientaron su acción política hacia el mismo objetivo: consolidar su poder por encima de cualquier opositor o institución (Olszanski, Tadeusz A.; 2010b).
Esta lógica responde a la herencia “enquistada” de las estructuras de poder durante la era soviética. Así, la evolución del incipiente sistema democrático en Ucrania se ha sostenido mediante reformas de las instituciones tradicionales soviéticas, las cuales han adoptado una aparente naturaleza democrática, pero en el fondo, persisten las lógicas de funcionamiento de aquellos días basadas en el uso instrumental de las leyes. El rasgo relativamente más positivo del sistema fue la transferencia eficaz y pacífica de poderes entre el gobierno entrante y saliente y el equilibrio de poderes entre el poder legislativo y ejecutivo, gracias a la enmienda constitucional del 2004, hasta que la balanza se inclinó definitivamente a favor del aparato presidencial con la reforma del 2010. En definitiva, el régimen institucional y político de Ucrania presenta numerosas anomalías que lo convierten en lo que llamamos una democracia de “fachada”. Las más destacables son la ausencia de un sistema de partidos moderno, con una amplia gama de ideologías y opciones políticas en representación de los intereses de la ciudadanía, y los partidos dominantes representan a las grandes élites económicas y empresariales con un estructura oligárquica que se mueve por intereses privados. Pero lo más preocupante es la escasa autoridad del sistema judicial para convertirse en el tercer poder del Estado, a modo de contrapeso del poder ejecutivo y legislativo. Por último, Ucrania carece de un sistema de autogobierno local y descentralizado pues continúa prevaleciendo el tradicional y corrupto modelo soviético denominado “autogobierno de nomenklatura”. Precisamente, la corrupción es una de las mayores lacras del sistema político en Ucrania, puesto que las instituciones públicas se estructuran a través de relaciones personalistas y redes clientelares (Olszanski, Tadeusz A.; 2010b).
Todo este cúmulo de factores –el anquilosamiento del sistema político ucranio y el poder supremo y autoritarista de Yanukovych– fueron generando un clima de malestar social entre la ciudadanía. Sin embargo, el factor detonante de las protestas del Euromaidán fue la negativa, por parte del Gobierno presidido por Yanukovych, a firmar los Acuerdos de Asociación y Libre Comercio con la Unión Europea. Este acontecimiento puso a la población ucrania en la tesitura de elegir entre una alianza con el Presidente Vladimir Putin o con la Unión Europea, creando una fisura irreparable entre los partidarios y detractores del alineamiento con Europa. El Gobierno respondió de manera muy contundente a las movilizaciones sociales mediante el uso ilegítimo de la fuerza, junto con medidas legales dirigidas a coartar los derechos y libertades fundamentales de los ucranios. En enero de 2014, la represión policial contra los grupos opositores se acrecentó, dejando decenas de muertos. La radicalización del movimiento finalizó con la destitución de Yanukóvich por la Rada Suprema y el establecimiento de un gobierno interino a cargo de Oleksandr Turchínov (McMahon, Robert; 2014).
A partir de este momento, comienza la disputa entre Occidente y Rusia para reconducir la situación del país y atraerlo hacia los intereses de uno u otro. Rusia toma la iniciativa e interpreta que la destitución del Gobierno de Yanukovych y la irrupción del nuevo Gobierno interino supone, en toda regla, un Golpe de Estado, pues su llegada al poder se produce como consecuencia de una revolución popular ilegítima y no a través de elecciones plebiscitarias. Seguidamente, pone en marcha su maquinaria militar, apoyando las aspiraciones de las regiones del este y el sur rusófilas de Ucrania, y se lanza a la ocupación y anexión ilegal de la histórica península de Crimea –cuya población es mayoritariamente rusófona–. Un nuevo gobierno asume la administración y, a través de la convocatoria de un referéndum popular –rechazado por la población tártara, que apoya a Kiev–, se proclama la República Autónoma de Crimea. Esta situación genera la desaprobación inmediata de la comunidad internacional –incluyendo el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas- y, sobre todo, el rechazo del Gobierno de Kiev que considera esta acción como una agresión premeditada de la Federación Rusa (McMahon, Robert; 2014).
La ocupación de la península de Crimea y la ciudad de Sebastopol fue indudablemente la chispa que prendió la mecha del enfrentamiento entre proucranios y prorrusos, en particular, la insurgencia armada en los óblasts de Donetsk, Luhansk y Járkov, apoyada militarmente por la Federación de Rusia. Según los datos de encuestas, la idea de formar parte de la OTAN cuenta con la aprobación del 64% de la población en el oeste de Ucrania. Sin embargo, es muy impopular en el sur (11% a favor) y en el este (14% a favor). Algo similar ocurre con la adhesión a la UE: un 90% apoyaría la moción en el oeste, pero sólo un 29% en el sur y un 22% en el este. Esto refleja claramente la tremenda división regional entre los partidarios y opositores a integrarse en el bloque occidental. No obstante, como he defendido desde el principio, el conflicto no se reduce al enfrentamiento entre Rusia y Occidente, Putin vs. Obama, Moscú vs. Bruselas, autoritarismo vs. democracia… La pugna entre estas fuerzas es un factor catalizador del conflicto, pero en ningún caso, la raíz o la auténtica causa de la violencia en Ucrania (Darden, Keith; 2014).
Actualmente, la guerra, la nefasta situación material y económica y la corrupción continúan siendo las grandes inquietudes de los ucranios. En la ciudadanía aumenta la frustración por el estancamiento de las reformas exigidas, hace ya algo más de un año, por los manifestantes en el Euromaidán, que provocaron la destitución y el exilio del Presidente Yanukovych y su Administración. Dada la situación actual de violencia en el país, el Acuerdo de Asociación con Europa ha dejado de ser una prioridad para la población, pues urge más normalizar las relaciones con Rusia con el fin de dar por zanjada la contienda entre proucranios y prorrusos. Los traumas de los últimos años (decenas de muertos de Kiev y Odessa, la anexión de la península de Crimea, la tragedia humana del vuelo MH17 abatido en territorio rebelde, y los más de cinco mil muertos en Donetsk y Lugansk, junto con centenares de miles de desplazados) han marcado profundamente a los ucranios, que perciben esta crisis violenta como un forma inútil y absurda de resolver los verdaderos problemas del país (Bonet, Pilar; 2015). El Estado en Ucrania ha fracasado en los propósitos de construir una nación libre, democrática e integradora para la ciudadanía. La nueva administración del Presidente Poroshenko, elegido en mayo de 2014, demuestra una vez más la incapacidad o falta de voluntad del Gobierno para aplacar la corrupción e impulsar el progreso económico del país así como llevar a cabo medidas de descentralización y fortalecimiento del poder judicial dentro de un verdadero sistema de checks and balances.
A modo de conclusión, ni Rusia, ni EE.UU., ni Bruselas, ni menos aún Alemania, tienen la llave para solucionar el conflicto, aunque sí juegan un papel fundamental de mediación entre las partes enfrentadas para promover la paz y poner fin a la violencia armada. Ucrania debe ser dueña de su destino y para ello, es necesario que emprenda decididamente un proceso de reformas estructurales destinadas a fortalecer la cohesión interna del Estado. Buena parte de ellas deben estar enfocadas a la transferencia de poderes de Kiev hacia el resto de regiones –especialmente, las de mayoría rusófila– en materia de educación, lengua, leyes e impuestos. Por el contrario, en ningún caso sería conveniente crear una confederación de regiones –tal y como plantea Rusia– puesto que debilitaría enormemente los poderes centrales de Kiev a la vez que fortalecería las pretensiones imperialistas rusas sobre las regiones ucranianas separatistas (Darden, Keith; 2014). Mientras Kiev retenga sus poderes políticos y fácticos de forma centralizada, y una facción regional no encaje en esta relación de poderes con el respaldo ya sea de Rusia u Occidente, Ucrania estará condenada permanentemente a la inestabilidad. Una nueva reestructuración y acomodación constitucional podría llegar a convertirse en la panacea de muchos de los problemas y tensiones internas del país.
Referencias
Alexandrova, Olga (1996). “Ukraineand Western Europe”. Ukraine in the world: Studies in the International Relations and Security Structure of a Newly Independent State. Harvard Ukrainian Studies. Vol.20, pp. 145-170
Barcelona Centre for International Affairs (CIDOB).2012. “Political and Economic Context: general background, tacklingthe crisis”.
Bonet, Pilar (2015). “La guerra y la corrupción ahogan a Kiev”. Artículo de prensa publicado en el diario “El País”. Fecha: 7 febrero de 2015. Disponible en: http://internacional.elpais.com/internacional/2015/02/07/actualidad/1423342561_325764.html
Darden, Keith (2014). “How to save Ukraine: why Russia is not the real problem”. Artículo de publicado en la revista “Foreign Affairs”. Fecha: 14 de Abril de 2014. Disponible en: http://www.foreignaffairs.com/articles/141182/keith-darden/how-to-save-ukraine
McMahon, Robert (2014). “Ukraine in Crisis”. Artículo publicado en la revista “Council on Foreign Relations”. Fecha: 25 Agosto de 2014. Disponible en: http://www.cfr.org/ukraine/ukraine-crisis/p32540
Olszanski, Tadeusz A. (2010a). “Ukraine’s Constitutional Courtre in states presidential system”. 2010-10-06. Centerfor Eastern Studies (OSW). Warsaw (Poland). Disponible en: http://www.osw.waw.pl/en/publikacje/analyses/2010-10-06/ukraines-constitutional-court-reinstates-presidential-system
Olszanski, Tadeusz A. (2010b). “The Party of Regions monopolises power in Ukraine”. 2010-09-29. Centerfor Eastern Studies (OSW). Warsaw (Poland). Disponible en: http://www.osw.waw.pl/en/publikacje/osw-commentary/2010-09-29/party-regions-monopolises-power-ukraine
Sobre el autor
Nació un gélido invierno murciano del 91. De la adolescencia, mejor no hablemos. Se graduó en Ciencia Política y en articular la “s” en la madrileña (madridista) Autónoma. Adolece de brillante “polifacetismo” hasta el punto de no destacar en nada. Desde largas y tendidas horas aporreando la guitarra hasta compitiendo en natación (de forma incompetente). El escenario y él, un imán (pero de polos iguales). Perdió las fobias –y la dignidad restante– en teatro. Y en el Rock, de llenar antaño grandes salas (el salón de casa) a entonarel blues bajo la ducha. Su escuela de vida, el “cemeú” Chaminade. De misión española en Viena, fue mártir del fuego cruzado diplomático de la OSCE. El TFG de Erasmus en Varsovia, o como se diga. A día de hoy, Máster de Cooperación Internacional en el Instituto Ortega y en el Instituto Gasset, en ambos por igual. A día de mañana, deshoja la margarita. La Ciencia Política, su última pero gran esperanza, o eso dice.