A. Ciordia. "¡No es la religión, idiota!"
Alejandro Ciordia Morandeira
*El presente artículo es una versión traducida y ligeramente modificada de un breve análisis publicado en la web del think tank turco Middle Eastern Strategic Studies (ORSAM)
Una de las interpretaciones más extendidas, sobre todo en Occidente, sobre la situación actual en Egipto se basa en que el conflicto entre el gobierno de Al-Sisi y los Hermanos Musulmanes representa fundamentalmente un conflicto entre laicos e islamistas. Desde este punto de vista, la actual escalada de violencia política[1] podría explicarse por una fuerte división entre estas dos partes de la sociedad egipcia, dos caras opuestas y casi irreconciliables que han mantenido una lucha de décadas de duración sobre el papel del Islam en el Estado.
A pesar de que esta hipótesis parece de sentido común para muchos observadores, puede no ser tan precisa como muchos podrían pensar a primera vista. Si esta hipótesis que enfatiza el clivaje religioso fuera cierta, deberíamos ver a los partidarios de los Hermanos Musulmanes a favor de un papel más importante del Islam en el Estado, mientras que la mayor parte de los simpatizantes de Al-Sisi se opondrían.
Sin embargo, los datos de encuesta muestran una realidad muy diferente. Si bien existe una abrumadora mayoría de egipcios que prefieren que las leyes civiles sigan los principios coránicos (48% en un sentido estricto y el 31% como fuente de inspiración)[2], dichas actitudes no se correlacionan con las opiniones sobre el golpe de Estado llevado a cabo por los militares contra Morsi el 3 de julio de 2013. Entre aquellos que defienden que las leyes civiles deben ser un reflejo estricto del Corán, el 50% se muestra a favor del derrocamiento de Morsi, mientras que el 49% se opone a la intervención militar, en contraste con el 59% (apenas ligeramente superior) de partidarios del golpe entre aquellos que defienden la separación entre religión y el Estado[3]. Es más, sólo el 35% de los egipcios aprueba la participación de partidos religiosos en las próximas elecciones legislativas[4].
Entonces, puesto que la mayoría de los egipcios se definen como religiosos[5] y defienden que el Corán debe jugar un papel esencial dentro del Estado y de la legislación pero al mismo tiempo la mayoría de la población también apoya el derrocamiento de Morsi por Al-Sisi: ¿qué es lo que puede explicar la profunda división política existente detrás de los altos niveles de violencia política que sufre el país desde julio de 2013? La explicación debe estar en otra parte, pero queda claro que no se encuentra en la tan citada escisión entre secularistas e islamistas.
En primer lugar, es un error suponer que el ejército egipcio es un actor secularista. Desde la Revolución Nasserista en 1952, Egipto ha sido un régimen autoritario burocrático-militar [6][7], en el que el ejército es una parte integral del Estado y el actor político más relevante. Sin embargo, el ejército egipcio nunca ha tratado de aplicar ingeniería social con el fin de inculcar el laicismo en la sociedad egipcia[8], a diferencia de otros países, como Turquía tradicionalmente. Por el contrario, se puede considerar que el objetivo principal de los altos cargos ha sido la de perpetuar su poder e intereses[9] y, para lograr ese objetivo, el Islam debe ser asimilado dentro del Estado más que combatido. Esta estrategia se hizo evidente cuando Nasser nacionalizó plenamente el Awqaf, creando así el Ministerio de Fundaciones Religiosas, o cuando posteriormente siguió la misma estrategia con la prestigiosa Universidad de Al-Azhar. La "estatalización" de una forma moderada del Islam también ha sido precisamente el principal argumento del régimen en la lucha contra los Hermanos Musulmanes, que han vivido en la clandestinidad durante la mayor parte de su historia desde su fundación en 1928.
El actual Presidente y ex Coronel General, Al-Sisi, no es diferente a sus predecesores en cuanto a las relaciones del Estado con el Islam. Desde el golpe de Estado de julio de 2013 el régimen ha llevado a cabo una dura campaña de represión contra los Hermanos Musulmanes pero, al mismo tiempo, el Estado sigue utilizando la moral islámica como la principal fuente de legitimación, junto con la provisión de seguridad y orden. Después del golpe, el nuevo gobierno militar ha tratado de aumentar su control sobre el contenido de los discursos de los imanes en las mezquitas de todo el país, dando nuevos poderes al Ministerio de Awqaf[10]. Al-Sisi también ha logrado acercar a las posiciones del gobierno a los líderes religiosos (sheiks) de la influyente Universidad de Al-Azhar[11], consciente de que que la aparente alianza entre el Gobierno y la prestigiosa institución académica islámica asegura el apoyo de muchos egipcios piadosos. Socialmente, el Gobierno respaldado por los militares ha hecho de la defensa de la moralidad islámica uno de sus objetivos principales, recurriendo a prácticas contra la libertad de pensamiento sorprendentemente similares a las previamente realizadas por el gobierno de Morsi. Por ejemplo, los colectivos ateístas y LGBT han sido el blanco, con algunas personas incluso detenidas y juzgadas por cargos tales como, respectivamente, “el desprecio de la religión" y "cometer libertinaje"[12]. También, la pasividad de las fuerzas de seguridad en la protección de las minorías religiosas ante ataques de extremistas, especialmente contra los cristianos coptos, es otra señal de la disminución de la libertad religiosa para los no musulmanes[13].
En conclusión, los datos antes mencionados demuestran que algunas de las hipótesis más extendidas son en verdad erróneas y que la división entre secularismo e Islam político no es la única fuente de inestabilidad ni en Egipto ni en Oriente Medio. Esto no significa que la religión no juegue un papel importante en los conflictos políticos de la región; es obvio que es un elemento crucial. Sin embargo, muchos expertos extranjeros tienden a adoptar un paradigma de "guerra cultural" como una herramienta explicativa universal para todos los conflictos internos en los países de Oriente Medio. Este enfoque debe evitarse, puesto que puede llevar a los responsables políticos y diplomáticos a tomar decisiones equivocadas basadas en evaluaciones incorrectas. Debe adoptarse por tanto un análisis más integral que centrado en las estructuras de poder y los intereses de las élites, entre otros factores, al igual que se hace al analizar los conflictos internos de países occidentales.
Es cierto que la actual violencia política en Egipto está repleta de retórica religiosa, pero es bastante probable que el Islam sea en este caso un instrumento en las manos tanto del Gobierno como de los Hermanos Musulmanes, más que la causa principal de la confrontación. Echemos un vistazo más profundo y no confundamos los síntomas con la enfermedad.
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[1] Mokhtar Awad, Nathan J. Brown (9/2/2015), Mutual escalation in Egypt, publicado en el Washington Post: http://www.washingtonpost.com/blogs/monkey-cage/wp/2015/02/09/mutual-escalation-in-egypt/
[2] Resultados de la encuesta Pew Research Center Global Attitudes and Trends, 2014: http://www.pewglobal.org/2014/05/22/chapter-3-democratic-values-in-egypt/
[3] Ibid. http://www.pewglobal.org/2014/05/22/chapter-2-egyptian-views-of-leaders-organizations-institutions/
[4] Resultados de la encuesta de enero de 2015: Political Conditions in Egypt, realizada por Baseera: http://www.baseera.com.eg/pdf_poll_file_en/participation%20in%20parliamentary%20elections-%20En.pdf
[5] El 94% de los 88 millones de egipcios se declara musulmana, y el 72% del total considera la religión “un aspecto muy importante en sus vidas” (http://www.globalreligiousfutures.org/countries/egypt/public_opinions)
[6] Término acuñado en su día por Juan Linz en inglés: bureaucratic-military authoritarian regime. En el caso Egipcio véase como ejemplo el artículo de Hamdy A. Hassan (2010): “State versus society in Egypt: Consolidating democracy or upgrading autocracy”, African Journal of Political Science and International Relations, Vol. 4(9), pp. 319 – 329.
[7] Una buena muestra de la naturaleza de este subtipo de autoritarismo es el siguiente extracto de un artículo de Brown y Bentivoglio:
“Three and a half years after they received a disorienting shock that paralyzed many of them, Egyptian state institutions are going back to doing what they do best—governing in a way that claims implausibly to serve the people without listening to their voices.” (Nathan J. Brown, Katie Bentivoglio, 9/10/2014, Egypt’s resurgent authoritarianism: it’s a way of life, in Carnegie Endowment for International Peace; http://carnegieendowment.org/2014/10/09/egypt-s-resurgent-authoritarianism-it-s-way-of-life)
[8] Aunque es cierto que las instituciones estatales se secularizaron desde la época de Nasser, esta secularización institucional no trató de cambiar los valores religiosos de la sociedad egipcia.
[9] Por ejemplo, el ejército egipcio controla una gran parte de la economía nacional. Sirva como ejemplo este artículo de Al-Jazeera: Egypt military's economic empire 15/2/2012 (http://www.aljazeera.com/indepth/features/2012/02/2012215195912519142.html)
[10] Georges Fahmi (18/9/2014), The Egyptian State and the Religious Sphere, Carnegie Endowment for International Peace (http://carnegie-mec.org/2014/09/18/egyptian-state-and-religious-sphere)
[11] Ibid.
[12] HRW’s World Report 2015: Egypt (http://www.hrw.org/world-report/2015/country-chapters/egypt?page=1)
[13] Merece la pena echar un vistazo a la evaluación de Egipto en el informe sobre restricciones a la libertad religiosa elaborado por el Pew Research Center (http://www.pewforum.org/2014/01/14/religious-hostilities-reach-six-year-high/#interactive)
Sobre el autor:
Estudiante de Derecho y Ciencias Políticas y entusiasta a partes iguales de la ciencia política y la baloncestística. De intercambio en EE.UU. y en Turquía, donde perdió el norte pero adquirió una segunda identidad, llegando a predominar la estambulita sobre su origen madrileño. Apasionado de una materia tan poco apasionante como los sistemas electorales y aficionado a discusiones políticas profundas en momentos poco trascendentales, principalmente nocturnos. Tranquilos, cuando escribe puede parecer normal.