C. Carnes Borrajo. "Retos del auge de los populismos de izquierdas en América Latina"
Carmen Carnes Borrajo
Eduardo Galeano se preguntaba en su obra “Las Venas Abiertas de América Latina” sobre el destino de dicho continente, históricamente marcado por el subdesarrollo, la opresión y las desigualdades. De acuerdo con la tendencia electoral, el destino de América Latina parece estar íntimamente ligado en las últimas décadas a la llegada al poder de forma pacífica de la izquierda política, que experimenta un auge sin precedentes.
Antaño representada por figuras idealizadas y utópicas como Salvador Allende, Fidel Castro o Ernesto Guevara, la izquierda actual ha evolucionado hacia una fase post-revolucionaria y se ha integrado plenamente en la vida política regional, de tal manera que en 2008, diecisiete de los diecinueve países latinoamericanos estaban gobernados por líderes de izquierdas. Sus gobiernos dirigen regímenes estables capaces de mantenerse en el poder de forma democrática y hacer frente a los desafíos característicos del siglo XXI.
El intelectual mexicano Jorge Castañeda dividía la izquierda latinoamericana en comunista y populista. Hoy en día parece más adecuado sustituir la vertiente comunista y afirmar que, a grandes rasgos, la izquierda engloba una vertiente socialdemócrata y otra populista. A pesar de que el populismo no se originara en la región, su triunfo lo ha convertido en un signo de identidad política de la región, incluso en un régimen político propio.
Si bien el populismo vigente predica una ideología de izquierdas, no es exclusivo de dicho pensamiento político. Su desarrollo histórico demuestra que puede manifestarse de diversas formas, pudiéndose diferenciar tres tendencias o tres olas del populismo. En un primer lugar, la región acogió la ola nacional-populista de los años cuarenta con Perón en Argentina o Vargas en Brasil, que evolucionó hacia el neopopulismo o el populismo de derechas en los años 90, representado por Carlos Menem en Argentina o Fujimori en Perú, para transformarse posteriormente en el populismo de izquierdas actual, centrado principalmente en la Venezuela chavista.
Según el sociólogo italiano Gino Germani, el populismo es “la seducción demagógica del líder carismático”. Se trata de un régimen híbrido a medio camino entre la democracia y el autoritarismo, en el que existe una relación vertical entre el líder y el pueblo, similar al estilo gaullista en Francia plasmado en la máxima “le peuple, c’est moi”. Ello conlleva por una parte el principal riesgo de deriva hacia un régimen autoritario, pero también el fortalecimiento de los instrumentos de la democracia directa, por medio de referéndums o consultas populares. Precisamente porque el líder populista supone una alternativa a la tradición del país, una especie de salvador o mesías que se diferencia de la élite con un discurso anti-oligárquico que incluye a las minorías o sectores marginados de la sociedad. En el caso de Menem, Fujimori, Evo Morales o Hugo Chávez, sus propios rasgos físicos acentúan su ruptura con el poder blanco. Por ello gozan de legitimidad democrática, ya que son votados en elecciones con un amplio apoyo popular. Sin embargo, su relación con la democracia dista de ser pacífica, ya que en ese vínculo sin intermediarios entre la nación y el líder, las instituciones democráticas ocupan un papel secundario. Los cambios constitucionales, disolución de las cámaras legislativas, conflictos con el poder judicial, o aumento de poderes de la figura presidencial no son infrecuentes, de nuevo asemejándose a la V república de Charles de Gaulle, consagrando una separación de poderes deficiente sin cabida para un sistema de checks and balances.
Los motivos por los que el populismo ha podido arraigarse de manera especialmente exitosa en el continente americano residen en la fragilidad de las democracias de la zona, particularmente en la región andina. La tradicional inestabilidad política de América Latina, la debilidad de las estructuras democráticas y la ausencia de partidos políticos consolidados y estables sirven de cuna al populismo. Se instala como modelo alternativo frente al gobierno excluyente y elitista tradicional, como método para combatir la pobreza, la discriminación y la desigualdad. Los propios sistemas constitucionales y estatales de la mayoría de países latinoamericanos prevén un presidencialismo fuerte, con escaso control del poder ejecutivo por parte de las otras fuerzas del Estado.
También las condiciones exteriores de América Latina favorecen el auge del populismo, ya que supone el antídoto contra el colonialismo e imperialismo con el que las grandes potencias extranjeras han controlado la región desde su "descubrimiento". Los movimientos populistas actuales tienden a identificar un enemigo externo, especialmente centrado en EEUU como principal responsable de la miseria latinoamericana según Hugo Chávez o Rafael Correa. Pero esas críticas también afectan a España, a la que Evo Morales asocia directamente con la exclusión y la pobreza de Bolivia. Intentan poner fin a la extrema dependencia latinoamericana con mensajes nacionalistas, creando un paralelismo con figuras heroicas como Simón Bolívar y utilizando un discurso anti-globalización.
Frente a los anteriores sistemas políticos que no han satisfecho las demandas sociales, la tercera ola populista propone aumentar el gasto social con nuevos programas de educación o salud y una mayor intervención del estado en la economía, mediante el control de los recursos estratégicos del país en cuestión, lo que generalmente conlleva la nacionalización de los recursos naturales.
Sin embargo, el auge del populismo de izquierdas supone una serie de desafíos.
Desde la óptica occidental entraña retos en lo que concierne las relaciones internacionales con los países que se han adherido a dicho régimen político.
El mensaje anti-imperialista populista transforma las relaciones entre los países latinoamericanos y los países occidentales que tradicionalmente han ejercido una indudable influencia sobre la región. América Latina no quiere ser una América de segunda clase o una subamérica, ni “los ecos de voces ajenas” o “una triste caricatura del norte”, en palabras de Eduardo Galeano. Según dicho escritor, la división internacional del trabajo propuesta por los economistas liberales clásicos conlleva que unos países se especialicen en ganar mientras que otros se especializan en perder. A la segunda categoría pertenece la región latinoamericana, caracterizada por mantener relaciones asimétricas con los países del primer mundo. Parece lógico que con la historia de opresión por parte de los colonizadores, o la injerencia estadounidense en la historia de América Latina, que alcanzó su punto álgido con la promoción de golpes de estado y dictaduras militares en la década de los 70, el pueblo latinoamericano aspire a controlar su propio destino. Ese anhelo se plasma especialmente en los discursos populistas, mediante la identificación de enemigos del pueblo latinoamericano.
Por ello, se promueve una unión más estrecha entre los propios países de la región, que puede poner en peligro la superioridad occidental mediante la máxima la unión hace la fuerza. Iniciativas como la CELAC, ALBA, Petrocaribe, el Banco del Sur, aunque no exentos de conflictos, parecen afianzar la idea de Ernesto Guevara de la existencia de un demos latinoamericano que no entiende de fronteras y que se identifica con causas comunes. El despertar de Brasil y su inclusión en la categoría de los denominados BRICS demuestra el potencial de la región, que se ve favorecido por el desplazamiento del poder global.
A ello se suma la pérdida de importancia internacional debido a la crisis económica que afecta a EEUU o Europa, por lo que España o Portugal pierden la naturaleza de ejemplos modélicos e imitables de desarrollo económico, lo que se plasma en el decreciente interés por las cumbres iberoamericanas. Ello ha promovido también la entrada comercial de socios alternativos, como Rusia o China, restando influencia a los socios tradicionales.
Otro aspecto que preocupa a Occidente es la ambigua relación del populismo con la democracia. Según el escritor Mario Vargas Llosa, los principales retos para el mantenimiento de la democracia representativa en América Latina son el terrorismo, la debilidad del estado de derecho y el populismo. Principal promotor del valor universal de la democracia, junto con EEUU, la UE no se muestra favorable a un debilitamiento de la democracia representativa y la fragilidad de la separación de poderes que fundamenta nuestros sistemas estatales, aunque sea a favor de la democracia directa. Especialmente si ello lleva aparejado, como en Venezuela, una creciente restricción de la libertad de expresión y de prensa, mediante el control de los medios de comunicación y la existencia de presos políticos. Sin embargo, el papel que puede adoptar para frenar dicha tendencia es limitado. Ya la participación de Felipe González como defensor de los opositores venezolanos causa recelos en el mencionado país, dado el historial de injerencia en los asuntos políticos latinoamericanos de los países occidentales.
Sin embargo, aunque Occidente no pueda o no deba intervenir, los problemas intrínsecos del propio populismo pueden hacer que caiga por su propio peso, abriendo paso a otras preferencias electorales. Aunque el éxito del populismo de izquierdas en América Latina en los últimos años es indudable, algunos de sus elementos básicos comienzan a fallar, poniendo tal vez en peligro su supervivencia.
Ello se debe a la difícil situación económica en la que se encuentran los principales países gobernados por populistas. Precisamente el populismo se estructura en torno a la reducción de la pobreza, que es en lo que se fundamenta el abundante apoyo popular que reciben sus líderes. Pero el crecimiento económico de América Latina fue de un 1,5% en 2014. En el caso de Venezuela, la caída de precios del petróleo ha reducido en picado la popularidad de Nicolás Maduro, por lo que la economía venezolana se caracteriza en la actualidad por la recesión, la inflación y la escasez de productos básicos. En el caso de Argentina, a pesar de que presente una indudable mejora, su excesiva deuda y su comportamiento internacional de los pasados años ha minado la confianza de los inversores, perjudicando también la situación económica. A ello debe añadirse la afirmación de Woodrow Wilson de que “un país es poseído y dominado por el capital que en él se halla invertido”, por lo que América Latina no puede ser realmente autosuficiente o independiente y sí debe mantener las relaciones con sus tradicionales aliados.
Ello dificulta el mantenimiento de un enemigo externo como causante de las desgracias del país, especialmente al tratarse de EEUU, pues las negociaciones sobre la reapertura de relaciones con Cuba desbarajusta la tesis populista. Si se le suman los casos de clientelismo y corrupción que moldean el apoyo ciudadano, sería posible que la situación desembocara en una pérdida de la legitimidad democrática sobre la que se asientan los regímenes populistas, dejando paso a otras ideologías, en el caso de que quedara demostrado que elpopulismo no puede resolver los problemas políticos, sociales y económicos de América Latina. Se vería limitado pues a ser considerado una etapa más de esa región haciala democracia consolidada y el desarrollo económico.