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A. Rosado del Nogal. "La inercia gris o la apuesta verde"

Alberto Rosado del Nogal


La inercia y la apuesta son dos conceptos que definen y diferencian rigurosamente las voluntades políticas de los distintos países del mundo. Inercia es aprovechar el contexto y seguir soplando hacia donde el viento ya sugiere. Apuesta es crear tendencia para, incluso, superar lo establecido y recibir el aire por detrás de los que pretenden seguir tus pasos.


Me pregunto si los países de la zona euro -u otros- señalan a España como un país activo, con apuesta, con ideas serias y propias, con ganas de cambiar los paradigmas que enfrían el calor creativo del desarrollo o, más bien, somos tildados con aquel lema de Unamuno que sugería lo que parecen sugerir ciertos políticos: que inventen ellos. El otro archiconocido lema de Manuel Fraga mantiene la misma vigencia: Spain is different. ¿Pero por qué es diferente?


Somos diferentes porque según la Organización Mundial de Propiedad Intelectual (OMPI), España en el año 2013 registró en los archivos un total de 11.010 patentes con un PIB per cápita de 22.518€. Italia, en el mismo año, registró 28.895, casi un 300% más, con un PIB per cápita levemente superior (26.500€). Somos diferentes porque según la Unión Española Fotovoltaica (UNEF) nuestra radiación solar es un 65% mayor que en Alemania, mientras que allí tienen un 600% más de capacidad fotovoltaica. Somos diferentes porque según Eurostat en 2012 España tuvo una cuota de energía renovable sobre el total de consumo de 14,3%, mientras que nuestros vecinos de Portugal de un 25%. Somos diferentes porque nuestro saldo migratorio según el INE en 2013 fue de –45.913 personas, muchos de los cuales son jóvenes talentos en busca de una oportunidad que esa inercia, en España, no les permitió tener.



No solo en datos, también somos diferentes en sensaciones. Somos diferentes porque convertimos el derecho al trabajo en un privilegio, la vida de 4.000 enfermos de hepatitis C en cenizas y la de miles de hectáreas de bosques quemados en terrenos recalificados listos para enriquecer a cuatro oportunistas. Somos diferentes porque la impunidad política continúa visitando cada cuatro años nuestras urnas y no terminamos de luchar contra el fraude fiscal. Tampoco de parar la pobreza energética, o la infantil, y seguimos en los podios europeos. Somos muy diferentes a la hora de usar la bicicleta, o ni siquiera la usamos. Somos diferentes poniendo impuestos al Sol, a lo limpio, y no gravando lo contaminante, lo sucio. Somos diferentes porque siempre hemos sido así, dicen algunos. Pero la renovación social ha de llegar, de una vez, a las instituciones. España ya es diferente, pero ahora, lo es de ella misma, de esa España que nos quisieron tatuar en nuestro imaginario colectivo.


¿Qué significa apostar? Apostar consiste en elegir un horizonte y tratar de alcanzarlo. La utopía, en sentido blocheriano, es la percepción realista del horizonte de posibilidades alcanzable. Desear se convierte en un intento de superación de un presente aun no cumplido que, cuando accede a la razón, da paso a la esperanza; cuando la esperanza logra articularse con las posibilidades reales objetivas, florece la utopía. ¿Debemos ser utópicos? No es que debamos, es que no tenemos otra opción. En la utopía se encuentra la apuesta, y en la inercia el inmovilismo, o la movilidad pasiva.


Y he aquí la apuesta para España: una apuesta verde. No podemos competir con Alemania en industria automovilística, ni con Japón en tecnología. Tampoco podemos competir con Estados Unidos en armamentística, ni con Italia en patrimonio cultural. Los países nórdicos ganan siempre en educación y América Latina en biodiversidad. Francia desarrolló su energía nuclear y los holandeses son famosos por sus bicicletas. China es la gran potencia manufacturera y Arabia Saudí tiene demasiado petróleo. ¿Y España? ¿Qué es lo que producimos? ¿De qué debemos estar orgullosos? O para hilar más fino: ¿cuál es nuestra apuesta? Si la respuesta es el ladrillo, me veo forzado a darte la bienvenida al siglo XXI. Algunos todavía no lo tienen claro y continúan ahogados en las olas que nos llegan desde fuera: subidos en la cresta cuando crece y dando vueltas bajo el agua cuando rompe. Es la hora de salirse de la inercia: quizá deberíamos dar un paso de gigante en energías renovables, porque tenemos las condiciones necesarias para ser punteros. Explotar el ecoturismo para ser modélicos en Europa y la agricultura ecológica para exportarla al mundo. Invertir la oferta por la demanda en la gestión del agua e invertir más en transportes sostenibles, sobre todo en bicicleta, porque eso ahorra recursos destinados a sanidad. Bajar la contaminación de nuestras ciudades porque eso sigue ahorrando dinero en sanidad, e incluso promover más el deporte porque eso además de continuar ahorrando dinero en sanidad conlleva, en general, más calidad de vida. El resto llegará con la misma voluntad política: sanidad preventiva, educación integral, pensiones sostenibles, etc. Pero necesitamos ese modelo productivo, ese despunte, ese enfoque que provoque la admiración del resto.


Pareciera, irónicamente, que el ecologismo solo trata de salvar ballenas -que también- pero es que nos va la vida en ello. Podemos seguir la inercia a la que nos invita Europa y bajar salarios para ser más competitivos mientras los otros siguen apostando cada vez más y mejor, o tirar las fichas del tablero para empezar a levantar las que nunca debimos derribar. Es cuestión de inercia o de apuesta. Algún día, y solo algún día, vendrá un periodista extranjero a España para hacer un programa televisivo en prime time y ponernos como modelo de un país puntero en sostenibilidad. Llegará ese día en el que un austriaco vea a España como algo más que una paella y una siesta; en el que un alemán no pensará en impuntualidad; o un sueco ya no se asustará al saber que seguimos torturando a toros como un bien de interés cultural. Mientras tanto, yo seguiré disfrutando de los Salvados de Jordi Évole, pero con la rabia de ser siempre nosotros los que seguimos dejando que inventen otros, pudiendo ser tan diferentes a lo que hemos sido hasta ahora.



Esperemos que el próximo gobierno a partir del 20 de diciembre de 2015 apueste por algo. La inercia ya sabemos a dónde nos ha traído. La apuesta, además de ser ilusionante y necesaria, nos hará caminar hacia la España que ya somos, pero que aun no pudimos -o no nos dejaron- poner en marcha.




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