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G. Kreiman. ''Que no vuelvan''

Guillermo Kreiman

Han pasado ya cuatro años y es hora de volver a elegir. Es hora de volver a estar frente a esa mesa, esa mesa llena de siglas y propuestas, y entre el insoportable ruido, elegir. Elegir un proyecto y un rumbo, elegir unas personas y sus convicciones, un partido y su pasado. Pero principalmente, elegir nuestro futuro.


Han sido años de desarraigo, de desapego y desazón, de miradas serias. Han sido años donde costaba hacer proyectos porque demasiado era sobrevivir al día a día. Años de desilusión, de robos y chantajes, de mentiras, teatros y esperpentos y de una vergüenza ajena continua que a uno aún le pesa cada vez que enciende el televisor. Parece que todo se complicó más de lo esperado, pero nadie, absolutamente nadie era culpable de nada. Reproches, gritos, insultos y muy poco amor propio parecían ser las soluciones a los problemas. Uno se mantenía atónito e incrédulo ante la ridiculez de dicho espectáculo. Un espectáculo donde nos negaban lo innegable y donde las falsas promesas de progreso estaban a la orden del día. Un país mejor prometían. Un país justo y avanzado donde nadie iba a ser dejado atrás decían. Un país con futuro. Un país.


Ese futuro ya está aquí y no hay ni rastro de todo aquello prometido. No han dejado ni un mísero rastro de lo construido, se lo han llevado todo. ¿Es que vamos a aceptar la cruda realidad? Porque no se puede olvidar que la cruda realidad es un país con 4.850.000 personas sin trabajo; un país con un 51,7% de paro juvenil; un país donde uno de cada tres niños está en riesgo de pobreza; donde se desahucian a personas de su única vivienda para que ésta, en úĺtima instancia, se quede vacía; donde 35.000 personas viven en la calle; donde son decenas de miles los estudiantes que han tenido que dejar la universidad por no poder pagar las tasas de matrícula; donde ha crecido un 69% la pobreza energética y ya son alrededor de 5 millones de personas en España las que no pueden pagar la luz o el gas. ¿Es éste el futuro que nos prometieron y por el que todas las generaciones anteriores se han roto la espalda? ¿Realmente es ésto? Vergüenza, eso es lo que me da. Repulsa y vergüenza.




Y es que no se puede olvidar que está siendo un período negro y desgarrador. Porque nos cuesta asomar la cabeza más allá de nuestros mundos universitarios, más allá de nuestros círculos de amistades, y es que allí afuera estas cifras se convierten en historias, en historias de decenas y de miles. Allí afuera todavía hay pobreza y sufrimiento. Sufrimiento e injusticia. Y no hay más que levantar un poco la mirada para ver que ésto todavía no ha acabado. Que los cartones en las esquinas no son casualidad, que aún hay gente haciendo cola en los comedores sociales por un plato de comida, que cobrar 650€ por una jornada de 8-9-10 horas también es violencia estructural, que parece que tenemos que dar las gracias por encadenar contratos basura año tras año, que incluso los mejores, los más preparados, se han visto obligados a irse fuera en busca de un futuro que aquí se les había denegado. ¿Y saben qué es lo peor de todo? Que nos hemos habituado a oír estas historias día tras día, que ya no nos estremecen las injusticias de la misma manera de antaño porque nos hemos acostumbrado. Y esa, precisamente esa, es la mayor derrota.


Y es que son indiferentes los reproches, la causa o la culpabilidad de cada uno de estos hechos. Éste es el panorama actual, y ninguna generación es merecedora de ello.


Simplemente pido y espero que todos aquellos que nos robaron la esperanza y el futuro acaben en el ostracismo y el olvido. Demasiados han sido los años que se ha luchado por un bienestar que ya no existe. Y es que ya no valen los discursos, ni las promesas ni los compromisos, simplemente hay que constatar los hechos. Poco se puede decir después de ello.


Este próximo domingo se abrirá un nuevo capítulo, donde aún será posible revertir esta situación tan desalentadora, al menos ya no habrá que decantarse por lo menos malo. Por lo pronto toca apagar la televisión, no leer los periódicos esta semana y salir a los bares a compartir una cerveza con los más allegados. Y así discutir, argumentar y aprender, principalmente aprender a escuchar. Toca alejarse del convencimiento vacío e irracional y toca comparar hechos y propuestas concretas. Devolver la política a la calle y a las plazas, al murmullo constante, al grito mudo que vale más que los años de reproches eternos.


Y es que vengo de un país donde un 20 de diciembre la ciudadanía salió a la calle con cucharas y ollas en la mano para pedir la cabeza de un presidente que lo había llevado a la ruina. Cabe resumirse todo en la misma frase, aunque hayan pasado 14 años y haya un vasto océano entre medias que a veces parece interminable: Que se vayan todos. Que se vayan todos y que no vuelvan jamás aquellos que robaron nuestros sueños. Que no vuelvan.

 

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