B. Puentes. "Las dificultades para el pacto"
Beltrán Puentes Cociña
Estudiante del doble grado en Derecho y Ciencia Política, Universidad Autónoma de Madrid.
Las elecciones generales del pasado 20 de diciembre siguen abriendo informativos y acaparando portadas día tras día. La atención se centra en las negociaciones, o confrontaciones, que mantienen los principales partidos políticos con el fin de conformar un pacto de investidura. En este marco, varios han sido los elementos señalados como obstáculos para un acuerdo que, de no lograrse, nos llevaría a la repetición de elecciones.
Uno de las dificultades que los medios han destacado es la supuestamente escasa cultura del pacto, debido a la también supuestamente escasa tradición pactista. Los argumentos esgrimidos a favor de esta teoría tienen que ver con el severo bipartidismo que ha caracterizado nuestro sistema político en las últimas décadas: el amplio poder del que han gozado el PP y el PSOE les ha permitido gobernar, alternamente, sin necesidad de alcanzar acuerdos con otras fuerzas políticas.
Es cierto que España nunca ha sido gobernada por una coalición de partidos. No obstante, eso no significa que PP y PSOE nunca hayan tenido la necesidad de incurrir en pactos de investidura y gobierno. Tanto los socialistas en 1993 como los populares en 1996, contaron con el apoyo de Convergencia i Unió ante la falta de mayoría absoluta y la necesidad de alcanzar la estabilidad gubernamental. Al primero de estos pactos se sumó el PNV y, al segundo, Coalición Canaria. Asimismo, en algunas comunidades autónomas también se han dado acuerdos políticos de esta índole y coaliciones de gobierno.
"Es cierto que España nunca ha sido gobernada por una coalición de partidos. No obstante, eso no significa que PP y PSOE nunca hayan tenido la necesidad de incurrir en pactos de investidura y gobierno"
La desmentida ausencia de pactos políticos en nuestra historia democrática no es la única razón para rechazar la teoría sobre la escasa cultura del pacto. La politóloga Sandra León señala otros dos motivos por los que es cuestionable decir que no existe una cultura favorable a las coaliciones en España. El primero de ellos es la actitud favorable de los españoles en las encuestas cuando son preguntados por los gobiernos de coalición: “un 52% considera que lo mejor para la democracia es un gobierno formado por dos o más partidos, mientras que un 33% piensa que lo mejor para la democracia son los gobiernos de un solo partido” (León, 2015).
El segundo de los motivos esgrimidos por León para postular la existencia de una cultura política favorable a los acuerdos poselectorales es la opinión de los ciudadanos sobre los pactos de investidura del 1996 (único sobre el que se han encontrado datos): “estos contaban con el apoyo de la mayoría de la población (en torno al 40% estaban a favor del pacto)”. Además “cuando se ha preguntado a la opinión pública sobre la futura composición del gobierno antes y después de las elecciones, en la mayoría de casos los ciudadanos han optado en mayor medida por gobiernos en coalición que por gobiernos en minoría” (León, 2015).
En función de la argumentación anterior, no cabe más que negar la escasa cultura pactista como el principal obstáculo para alcanzar un acuerdo de gobierno. Cabe preguntarse, ahora, si lo que dificulta el entendimiento entre partidos no son las relaciones interpartidistas sino la cultura intrapartidista. En palabras del profesor Fernando Vallespín:
“Mal lo tenemos si seguimos pensando que el problema político español deriva de la ausencia de una cultura de pactos entre los partidos. El problema se encuentra en el interior de cada uno de ellos. No estamos, pues, ante una malsana relación interpartidista, sino ante una enfermiza cultura intrapartidista.” (Vallespín, 2015)
Lo cierto es que la situación interna de los principales partidos españoles es, en la actualidad, de lo más complejo e interesante, a la luz de las acusaciones, reproches y diatribas vertidas en los medios de comunicación por las diferentes alas o bloques de cada partido, en lo que parece ser más una lucha interna por el poder que un esfuerzo por alcanzar el poder ejecutivo estatal. No obstante, este tema acarrea tanta literatura, en parte de ficción, que sería menester una reflexión más copiosa para analizarlo adecuadamente. Dejémoslo para otra ocasión.
Finalmente, hay un elemento de la situación política actual que sí encuentro determinante como posible obstáculo para la formación de Gobierno: se trata del nuevo mapa parlamentario. Entre sus características, con respecto a las del mapa de los últimos cuatro años, se encuentran las siguientes: una menor concentración, una mayor competitividad y una mayor fragmentación.
Se puede pensar que estos rasgos no son razones que imposibiliten el pacto sino más bien razones que lo hacen necesario, que obligan a los partidos a pactar. Aunque resulte paradójico, los propios motivos que empujan a los partidos a buscar un acuerdo son los mismos que obstaculizan el proceso para llegar a él. Será clarificador explicar estos conceptos, verlos en perspectiva comparada con las elecciones generales de noviembre del 2011 y analizar las sus consecuencias políticas inmediatas.
"Son los propios motivos que empujan a los partidos a buscar un acuerdo son los mismos que obstaculizan el proceso para llegar a él"
La concentración electoral mide la suma del porcentaje de voto acumulado entre los dos partidos mayoritarios (Partido Popular y Partido Socialista), que pasó de tener un valor del 73,4% en las elecciones del 2011 a un 50,8% en el año 2015. Esto supone una caída del 22,6% de la concentración y se traduce políticamente en un duro golpe al bipartidismo. La dinámica de los pactos ya no puede consistir, como ha sucedido hasta ahora, en un partido al borde de la mayoría absoluta que busca el apoyo de otras fuerzas con una representación mucho menor, a fin de apuntalar la estabilidad de gobierno.
La competitividad electoral manifiesta el grado de rivalidad entre los principales partidos parlamentarios y se mide por la proximidad de sus resultados electorales. En el año 2011 la diferencia entre el partido más votado y el segundo fue de un 15,9% (el PP obtuvo un 44,6% de los votos mientras que el PSOE alcanzó un 28,7%), lo que implicaba una competitividad electoral baja. Sin embargo, en el año 2015 la distancia entre ambos partidos fue de un 6,7% (los populares obtuvieron el 28,7% de los votos emitidos frente al 22,0% de los socialistas), aumentando así la competitividad de modo considerable.
Todavía es más significativa la distancia entre el partido más votado y el tercero, que pasó de un 37,7% en el año 2011 (la diferencia entre los resultados del PP y el 6,9% de los votos que obtuvo Izquierda Unida) a un 8% en el año 2015 (la diferencia entre el PP y el 20,7% de los votos que obtuvo Podemos). Este aumento de la competitividad entre los principales partidos se traduce en un aumento de las expectativas partidistas de liderar el próximo Gobierno. Cuanto mayor es la expectativa de alcanzar el poder, menos se está dispuesto a ceder en un eventual pacto político.
"Cuanto mayor es la expectativa de alcanzar el poder, menos se está dispuesto a ceder en un eventual pacto político"
Por último, medir la fragmentación electoral no es tan sencillo: si atendemos a la representación parlamentaria, con los últimos resultados disminuye el número de partidos representados (pasan de 13 en la anterior legislatura a 11 ahora), pero si atendemos al número de partidos de ámbito estatal con un poder efectivo en el Parlamento, vemos que este crece desde los 2 tradicionales hasta 4 (estos dos más Podemos y Ciudadanos). Por tanto, podemos considerar que el nuevo arco parlamentario presenta una mayor fragmentación. Esto redunda en la idea del párrafo anterior.
Es así que, cuantos más partidos implicados en las negociaciones, cuantas más posibilidades por parte de éstos de formar parte del pacto de investidura o de gobierno, cuanto más poder efectivo repartido entre más partidos... más complicada se vuelve a tarea de llegar a un acuerdo. Estas semanas de incertidumbre poselectoral están siendo una buena prueba de ello.
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Bibliografía:
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