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T. Shipley. "¿Quo vadis, Estado-nación?"

Trajan Shipley

Estudiante de primer curso del doble grado de Derecho y Ciencias Políticas (UAM).



¿Hacia dónde se dirige el Estado-nación? Sólo la Historia lo sabe; aunque según Alejandro Toledo Patiño, investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana de México, “ahora el Estado-nación ya no es el contenedor de la sociedad. La globalización lo traspasa, lo desborda”.


Estamos, sin duda, en tiempos de cambio. La revolución tecnológica y el proceso de integración mundial ya han conseguido cambiar por completo las relaciones espacio-temporales, lo que unido a una sociedad cada vez más dinámica y al “mandato” de la economía sobre la política, nos trasladan a un mundo en el que el sentimiento general es el de incertidumbre. Ante esta situación, las formas clásicas de política y gobierno se encuentran en crisis y en un proceso de transformación o de ajuste al nuevo orden, siendo el Estado-nación el mejor ejemplo de ello.


Si atendemos a los rasgos característicos de un Estado-nación –un poder establecido de carácter coercitivo sobre un territorio determinado que posee una población– vemos que, si bien la definición no ha sido superada por completo, lo cierto es que es una versión muy minimalista que cada día se ve más desgastada por nuevos fenómenos. Los patrones que llevamos utilizando desde 1648 (e incluso desde la posguerra y la Guerra Fría) se muestran un tanto obsoletos y no nos sirven para analizar variables políticas nuevas propias de la post-modernidad. Pongamos dos ejemplos: la Unión Europea y el Estado Islámico.

En el caso de la UE, ¿cómo encajamos el concepto clásico de soberanía centrado en la figura del Estado en una organización supraestatal en la que sus miembros han cedido parte de ella a la Unión? Bodino definía la soberanía como “el poder absoluto y perpetuo de una república [Estado]”. Si bien no podemos rechazar todavía esta concepción de la soberanía, intrínsecamente unida a la idea del Estado-nación en tanto que éste sigue existiendo, vemos como surgen nuevos fenómenos que anuncian la insuficiencia de criterios que nos proporcionaba la teoría política clásica. La idea de soberanía compartida o incluso la misma cesión de soberanía a una organización que no es formalmente un Estado es un verdadero reto para estas teorías que en cierta medida seguimos aceptando hoy pero que no tienen respuestas adecuadas ante fenómenos que se escapan de su alcance.

Por otro lado, la aparición del Estado Islámico en Iraq y en Siria y su control y administración efectivo de una porción significante de territorio, ha roto no sólo con los paradigmas del terrorismo yihadista, sino con la concepción misma del Estado como construcción sociopolítica racional. Que un actor irracional y fundamentalista en un conflicto local y global, que no posee una organización puramente estructural y piramidal se erija sobre un territorio que pertenece a dos Estados legítimos y reconocidos y se autoproclame como Estado en forma de califato es, sin duda, digno de mención y de temor. Pero, en el ámbito politológico, si rescatamos la definición clásica de Estado que he mencionado anteriormente, lo cierto es que efectivamente, atendiendo a esta definición, el EI es un Estado de la misma forma que lo era la Francia absolutista.


Esto muestra como lo que habíamos entendido por Estado hasta hace muy pocos años, hoy está en crisis, desbordado en el plano objetivo por la interdependencia económica mundial y el poder de actores no estatales y, en el plano subjetivo o teórico, por la falta de definiciones, nuevos patrones o identidades que lo puedan encajar en un marco distinto al tradicional. Señalemos algunos rasgos que verifican esta ruptura o liquidez (Bauman) de los Estados-nación hoy en día que muestran su dificultad de adaptarse a una nueva era global.


En primer lugar, el Estado-nación ya no posee el monopolio de la acción. Antiguamente, los conflictos ocurrían entre Estados soberanos, siendo claros ejemplos las dos Guerras Mundiales, que vinieron a culminar la expresión del orden westfaliano de las relaciones internacionales. Hoy en día, sin embargo, los Estados se ven obligados a combatir enemigos de distinto tipo fuera de sus fronteras que en poco se parecen a ellos, siendo muchos de ellos actores no estatales: organizaciones terroristas, cárteles de droga, hackers informáticos, lobbies empresariales, etc. Asimismo, se habla ahora de conflictos asimétricos, en los cuales pese a que el poder de los Estados es superior, la naturaleza del conflicto los impide vencer a sus adversarios. Encontramos ejemplos de ello en la Guerra contra el Terrorismo (2001- presente), la lucha contra los cárteles de droga en México, el caso Wikileaks, y un largo etcétera.


En segundo lugar, podemos observar como el sistema económico de hoy en día ha adquirido un enorme grado de mercantilización que nos recuerda a la Baja Edad Media. Los Estados-nación son hoy en día escuderos y embajadores de las grandes empresas multinacionales. Como consecuencia de una transferencia de poder del ámbito político al económico, observamos como los empresarios acompañan a los ministros en sus viajes al exterior, como los grandes tratados de libre comercio pueden reducir la soberanía de un país al mismo tiempo que dotan de más poder a las empresas multinacionales. También es destacable el poder de los llamados mercados financieros, a quienes su tratamiento divino permite delimitar en enorme medida las políticas públicas de cualquier país.

El Estado-nación al que estábamos acostumbrados, hoy ni existe ni sirve para explicar el mundo. Se encuentra en crisis y desbordado por fenómenos como la Gran Recesión. Dijo Nancy Pelosi en 2008 “la fiesta se ha acabado”, en referencia a la caída de Lehman Brothers, pero ese concepto es perfectamente extrapolable a la cuestión de los Estados-nación. La época de oro donde los Estados suponían la mayor fuente de poder en el sistema-mundo se ha acabado. Quizás el Estado-nación como tal, de momento no, pero como dice el filósofo alemán Jürgen Habermas vivimos en la “época de la identidad posnacional”. El declive de la forma de gobierno con la que llevamos gobernando el mundo cuatrocientos años es evidente, lo que no lo es tanto es cual la sustituirá y si será viable en esta nueva realidad cambiante.


Será la historia la que nos sorprenda, esperemos que le quede algo de compasión.




 

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