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I Concurso de Relato Corto - 3er premio: "La opción", por Gonzalo Isidro Sánchez

Gonzalo Isidro Sánchez

Estudiante del Máster de Arqueología y Patrimonio, UAM.

Las cosas podían haber acaecido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así.


De varias formas podría haberse constituido. Eliminando el uno y el dos de la ecuación; a partir del tres (incluido), en adelante, todo habría sido posible. Pero no fueron el uno ni el dos (por motivos obvios), ni el tres, los números que se perpetuarían en su vida. Lo fue el cuatro. Podría haber sido el cinco, o el seis, incluso el diecisiete. Cualquiera. ¿Pero el cuatro? Parecía mediocre. Era casi insultante de lo obvio que resultaba.


A Alejandro le disgustaba, pero había sido creado de aquella manera. Era un cuadrado, y eso tendría que seguir siendo toda su vida.


Un poco más de elegancia les habría permitido a sus creadores transformarlo en un triángulo, la forma perfecta; el tres, el número perfecto. Algo más de ingenio en sus creadores les habría permitido transformarlo en un pentágono; una forma elegante y hermosa. Al menos algo de picardía podría haber estado presente durante su creación, permitiendo a sus progenitores transformarlo en un rectángulo, una forma algo más atrevida. Pero no.


Era un cuadrado, simple y llano, y eso tendría que ser siempre, muy a su pesar. Al menos, como pensaba alguna de las veces que se mostraba más positivo, no era un círculo. Eso sería sin duda peor, pero era absurda la comparación: él era una forma geométrica con lados, y el círculo no tenía nada que ver con eso. Sería como comparar una línea recta, con una línea curva.


Un disparate, vaya.


Él tenía motivos para estar apesadumbrado, y siendo consecuente con sus argumentos y consigo mismo, lo estaba.


Fuente: zazzle.es


En el día de su creación, dos formas geométricas que probablemente se excedieron en el consumo de alguna suerte de líquido espirituoso, pusieron un empeño tal, que el resultado fue Alejandro. No podía él reprochárselo. Sería de mal gusto, echarle algo en cara a dos polígonos que habían decidido crear altruistamente, otro pequeño o gran polígono, mediante la destrucción total de su forma física.


Y es que cuando dos polígonos se reproducen y crean otro poligonito, el cual será su simiente, el resultado de tal unión está formado por las partes progenitoras, que son destruidas en la vorágine sexual (espoleada por ellos mismos). De tal manera que el resultado de este hermoso y tétrico acto, está formado por lo mejor y lo peor de sus creadores. Y el pobre de Alejandro, insisto, muy a su pesar, pensaba que si tal vez estos hubieran puesto algo más de empeño en el acto, o menos; él habría podido ser quizá un eneágono, un hexágono, o ¡qué demonios!, aspirando a la grandeza, un majestuoso triángulo. Pero no había sido así. Solo fueron cuatro los lados que fueron reutilizados de sus creadores para formarle a él. Un mísero ladito cambiaría tanto las cosas…


Se recreaba y se abrumaba en el cálculo imposible. Porque Alejandro sabía perfectamente que no podía calcular las probabilidades de que saliera un cuadrado de la destrucción y mezcolanza de dos hipotéticas formas geométricas. Y más, y sobre todo, teniendo en cuenta que el resultado de una reproducción geométrica, en este caso, él, jamás sabía cuáles eran las formas ni los lados que tenían sus creadores.


Si hubiera, tal vez, pensó Alejandro, alguna manera de hacer un retrato de la realidad, ya fuera mediante alguna clase de arte plástico, o de elemento tecnológico de captura de imagen, podría haber hecho cálculos de dudosa validez sobre las probabilidades que existían de que en vez de salir él un cuadrado, hubiera resultado ser cualquier otra forma.


Pero ellos solo eran formas geométricas, y esa clase de cosas no existían. Por no decir que no le habría servido de gran cosa, claro.


Cuadrado era y cuadrado se quedaría.


Como mucho podría intentar dormir cargando siempre su peso sobre el mismo lado, y tal vez a la larga podría llegar a parecer un rectángulo. Pero le parecía poco probable que eso pudiera pasar: primero porque requería de muchos años; más de los que vive un cuadrado común, y segundo porque se movía mucho al dormir. De hacerse una operación de cirugía geométrica, ni hablar siquiera.


Las operaciones de injerto de lado más baratas estaban muy fuera del alcance de su nivel adquisitivo. Tenía un trabajo modesto y sus creadores, aparte de a él mismo, no le habían dejado en herencia más que una línea curva y dos tristes aristas.


¡Cuadrado era, y cuadrado sería! Maldita sea, pero era incapaz de dejar de pensar: ¿y si todo hubiera ocurrido de otra forma?


No recordaba cuándo empezó a pensar estas cosas. Le daba la sensación de que siempre había sido así. Tampoco tenía eso mucha importancia, pero no hacía sino agravar su desesperación, su angustia por la sensación perpetua de impotencia, al no haber podido cambiar jamás un hecho en el que nunca tuvo poder de decisión. Pero que si hubiera podido elegir, o si al menos hubiera ocurrido de manera ligeramente diferente, habría cambiado su existencia, ¡su presente!, ¡su todo!, de manera radical.


Podríamos estar hablando de que ahora Alejandro sería un elegante triángulo, un hermoso pentágono o un aerodinámico octágono, llevaría una vida plena, encantadora; incluso rica, en el sentido espiritual (y no espiritual, ¿por qué no?) de la palabra. Sería tan maravilloso… de ninguna manera puede ser ese imposible desafortunado. Seguro estaba de ello, y del deseo de haber sido diferente. ¡Si incluso a veces soñaba con ser un rombo! Todo, menos un cuadrado. Era una existencia encerrada entre cuatro paredes, literalmente, que le asfixiaba irremediablemente.


Podía seguir auto lamentándose, llorando por lo que pudo y no fue, y soñando con algo que jamás será; o podía tratar de ponerle una solución sensata, la más sensata que se le ocurriera.


Meditó sobre el tema, y como estaba en la cama, lo primero que se le ocurrió fue lo de dormir sobre el mismo lado para llegar a parecerse a un rectángulo. Lo descartó definitivamente. Esto era bueno, porque cada opción desechada le acercaba más a la opción exitosa.


Comenzaba a pensar en positivo; primer síntoma del razonamiento racional.


Su segunda idea: construir una máquina del tiempo y retroceder hasta el momento en que sus creadores o progenitores fueran a crearlo o engendrarlo, y avisarles de que si no lo hacían un poco mejor, o peor; el resultado desastroso de tal acto, sería él.


Esta opción le alejó sustancialmente del pensamiento racional, pero a su vez le acercó a la opción exitosa, ya que la idea de la máquina del tiempo, fue rechazada inmediatamente.


Descartó también las pretéritas suposiciones de cirugía geométrica; ya fuera un injerto de lado o una deladificación (es decir, la extirpación de un lado). No solo por la cuestión económica, sino también porque conocía casos en los que el paciente había acabado con uno de los lados curvos, y prefería seguir siendo un cuadrado a uno de esos híbridos con lados rectos y también curvados.


El solo hecho de pensar esto le resultó tan repugnante, y a la vez motivador, que encontró energía para llegar a la elección definitiva, la opción última, la solución final: destruirse.


Ángela Balchik. "Triángulos" (30x30, óleo sobre lienzo)


Así que se concentró en la tarea con ofuscación, y alguna dificultad, por su falta de confianza fundamentalmente, ya que siempre había visto en su cuadrada forma un deje rechoncho que lo acomplejaba. Pero el deseo de alcanzar su objetivo suplió todas sus carencias y le impulsó a hacerlo: encontró pareja.


De esta forma y a través del hermoso acto de la reproducción, mataría dos pájaros de un tiro: consagraría su final al inicio de algo mejor (con tres lados a poder ser) y además, aunque este símil de los pájaros no tenga sentido alguno ya que los polígonos no conocen otras formas de vida más allá de las compuestas por líneas y puntos; se quitaría de en medio. Acto cobarde, cierto, pero envuelto en el altruista ejercicio de la procreación y el erótico envoltorio del sexo, lo cual contrarrestaba algo de patetismo al hecho en sí.


Así que allí estaba, en medio del éxtasis sexual, deseando que de aquella unión saliera lo que tanto había deseado él en vida; pensando que aquel sería su único éxito, aunque no llegara a verlo, contemplando su final igual que lo había hecho con su inicio y su apogeo: sin conocimiento, sin sentido, sin vida.


Y de pronto todo acabó.


No recordaba cuándo empezó a pensar estas cosas. Le daba la sensación de que siempre había sido así.


De varias formas podría haberse constituido. Eliminando el uno, el dos y el tres de la ecuación; a partir del cuatro (incluido), en adelante, todo habría sido posible. Pero no fueron el uno ni el dos (por motivos obvios), ni el cuatro, los números que se perpetuarían en su vida. Lo fue el tres. Podría haber sido el cuatro, o el cinco, incluso el diecisiete. Cualquiera. ¿Pero el tres? Parecía mediocre, incluso insultante de lo obvio que resultaba.


Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, acaecieron así…

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