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B. Salvador. "Michel Houellebecq, y sus circunstancias"

Bertán Salvador

Escritor y graduado en biología humana (Pompeu Fabra)



Hablar de Michel Houellebecq es adentrarse en terreno polémico. Michel, uno de los escritores franceses más influyentes de la segunda mitad del siglo XX, es autor de obras fundamentales para la narrativa contemporánea como Las partículas elementales o Plataforma. Fuente de polémica constante, recientemente se le asocia con las opiniones que se dejan entrever en su último libro, Sumisión, que versa sobre un futuro posible en un contexto de extremismos religiosos. Más allá de sus novelas, es conocido por su lúcida interpretación de la sociedad contemporánea y por su especial sensibilidad, que muy a menudo choca con lo socialmente aceptable, incluso lo moralmente aceptable, convirtiéndole en un personaje excéntrico y capaz de las declaraciones más incendiarias.


Pero es mucho más que un escritor polémico. Michel Houellebecq es un realista sin esperanzas, un sociólogo que entiende la humanidad como la competición más voraz de la existencia, un poeta cínico y rendido. Michel Houellebecq cree en la sociología, en el proceso científico y empírico como herramienta para entender y clasificar los individuos, los procesos sociales, como propusiera Comte. Y por encima de todo, Michel Houellebecq es un artista polémico.

Fuente: Revista GQ


Cómo se fragua esa personalidad artística, cómo su teoría social y sentimental se desparrama por sus libros, por sus poemas, por sus películas, es la gran cuestión, el gran mérito. Michel Houellebecq no cuenta historias, a lo sumo nos ofrece su propia historia segmentada. Si dijéramos que Michel es un ingeniero agrónomo con incapacidad para mantener relaciones estables, estaríamos hablando también del protagonista de Ampliación del campo de batalla. O si dijéramos que tuvo repetidos problemas de depresión e internamiento, no sería extraño pensar en Partículas elementales, o si intuyésemos cierta actitud crítica ante el islam, en Plataforma o en Sumisión, no sería extraño pensar en su madre y cómo durante una época se convirtió y abandonó a su padre. Si nos imaginásemos al protagonista de Sumisión, falto de fe y obsesionado por un autor, nos resultaría natural ver a Michel de joven, obsesionado con Lovecraft. Es innegable, pues, que la personalidad artística de Houellebecq se engendra de su experiencia vital. En sus circunstancias, que diría Ortega y Gasset. Y todo cuanto sirve para construir a Michel Houellebecq como individuo es lo que después él nos ofrecerá en formato de novela, de poesía, de ensayos o de cine. Michel Houellebecq nos regala trocitos de su ser, de su particular manera de percibir la humanidad, de percibir los contactos sociales y las religiones. Su particular manera de vivir sin un sentido, sin un sentimiento, sin nada. Porque en sus historias reina la pérdida, en sentido individual, pero sobre todo en sentido social.


Una pérdida que ha ido construyendo una sociedad carente de satisfacción personal, donde predomina el malestar individual. Para Houellebecq, el mundo es terrible tal y como está, e intenta proponer revoluciones, en un sentido diferente al establecido. Así, no es extraño que en su literatura reine una especie de aire de insatisfacción hacia el mayo del 68, que él considera insuficiente, un señuelo de libertad. Tampoco es extraño que sienta cierto malestar hacia el neoliberalismo, pero también hacia las posturas estalinistas –tal vez porque llegó a odiarlas por sus circunstancias de niño-. Para Michel, la sociedad requiere un cambio, pero este es complicado de lograr. Y es que, para Michel, probablemente fruto de su infancia tormentosa y de sus experiencias vitales, hay una conclusión sociológica clara: el ser humano contemporáneo vive embebido en una sociedad cruel, de competición voraz, y solo en el sexo puede hallar un respiro, un contacto de vida en una existencia que carece de sentido, incluso de búsqueda del mismo. Cree en la liberación sexual como herramienta revolucionaria, pero en un sentido para nada clásico, mucho más sociológico. Quizás para contraponerse a las tendencias hippies de su madre.


Esta resolución de los problemas sociales es abordada ferozmente en Plataforma, donde la dicotomía social presentada en Ampliación se resuelve de manera lúcida: el sexo convertido en motor económico, en turismo. De esta manera, la ampliación del campo de batalla debe convergir en la unión de los dos ejes sociales, el estatus quo –el dinero- y el sexo, las dos dimensiones de la batalla. Y esa unión se vehicula en el turismo sexual en países como Tailandia. El ser humano reducido a un comportamiento social explicable empíricamente, esa es la opinión de Houellebecq. El sexo, y su importancia de separarlo del amor, su gran batalla. Así, el amor de Valérie no implica la falta de nuevos estímulos sexuales.


Y sin embargo, algo escapa a su teoría sociológica, y es que la convergencia entre los dos campos de batalla a veces es conflictiva, a veces es insuficiente, como sucede en Tisserand en Ampliación. Porque quizás no todo se reduzca a esa alienación del ser humano en un ser carente de emoción, sino que sin duda el concepto romántico del amor tiene algo que decir. Un amor que parece no abordado como entidad sociológica, pero que sin embargo todos los personajes de Houellebecq en cierta manera persiguen, o son perseguidos por él. En Plataforma es Valérie. Y aunque Houellebecq intente huir de ese concepto social, es sin duda inevitable, es su intento fallido de explicar la humanidad. Falta entender esos sentimientos que sin duda hacen del campo de batalla un lugar mucho más complejo.


En realidad, en Houellebecq el amor o el sentimentalismo solo existe para echarlo en falta, como motor vital de los protagonistas. Y este tal vez sea el pesimismo más presente en la obra de Michel. En Sumisión el protagonista empieza perdiéndolo todo, en Plataforma empieza perdiendo a su padre y en Ampliación ya no queda nada. Así, la visión tan cruda y cruel de la sociedad es fruto de unos personajes que ya no tienen nada, que se sienten como debió sentirse Houellebecq al salir de sus relaciones sentimentales, al carecer de cariño familiar, al entender su vida como una sucesión de sinsentidos, sin destino ni lugar. Y quizás ese sea el futuro de todos nosotros, esa falta de vitalidad y de sentido existencial, como ya les sucediese a los existencialistas franceses, o como ya lo sufriese TS Elliot en la Tierra estéril.


Tal vez, la lección que se deriva del personaje de Houellebecq es cómo la pérdida, y por tanto la posesión previa, conducen al nihilismo, a la nada. El que tuvo amor y lo perdió se arruina, el que tuvo fe y le abandona, se hunde, el que tuvo dinero y lo perdió, se ahoga. Todos pierden, y esa es en realidad la verdadera batalla, ese afán por tener y por retener, esa lucha por ser, convertido el consumismo en un modo de ser, no de tener.


Uno lee a Michel Houellebecq y ve reflejada nuestra sociedad atomizada. Uno lee a Michel Houellebecq y ve sus opiniones, sus tratados sociológicos y sus opiniones viscerales, polémicas. Uno lee a Michel Houellebecq y se entiende mejor a uno mismo. Por eso, debe leerse a Houellebecq, en esta sociedad donde reina la incultura y el contenido basura, porque representa un soplo de aire fresco, una opinión sentida y con contenido.

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