top of page

A. Monsó. "Antropocentrismo y Tercer Sector"

Álvaro Monsó


Ha pasado casi medio siglo desde que en 1975 la obra de Peter Singer ‘Animal Liberation’ demostrara la incongruencia ética que conlleva la desigual consideración moral que históricamente han tenido los intereses de los animales no humanos. No es la intención de este artículo volver a explicar la obra de Singer, pero conviene, para situar al lector, dar unas breves pinceladas de una teoría que ha logrado dar cimientos intelectuales a las reivindicaciones de todo un colectivo: el anti-especista. La teoría del filósofo moral australiano venía a mostrar las consecuencias lógicas del reconocimiento de un hecho (para muchos) evidente: la capacidad para experimentar placer y dolor en animales no humanos. Esta constatación, aparentemente nimia, es en realidad revolucionaria en lo que atañe a las consecuencias no sólo morales y culturales, sino también jurídicas y políticas. Singer estudia en su obra el nexo indisociable entre el merecimiento de consideración moral (e indirectamente jurídica) y la citada capacidad para el placer y el dolor. Nos relatará cómo el nacimiento en el S.XX del concepto de ‘derecho humano’ se basa precisamente en el combate contra la injusticia, inseparable del rechazo a la opresión de determinados colectivos por razones moralmente arbitrarias (raza, sexo, clase social, orientación sexual o capacidades físicas e intelectuales, entre otros). De esta lucha habrían nacido movimientos de la trascendencia histórica del antiesclavista, el feminista, el movimiento por los derechos civiles, el indigenista, el movimiento LGTBI, la lucha por los derechos de las personas con diversidad funcional e (incluso) el movimiento obrero. La pertenencia a una determinada especie se situará, en este esquema, como otro muro más a derribar en el combate contra las opresiones arbitrarias.



La teoría de Singer extrapola la comprobación empírica (cognitiva y conductista) de la capacidad para la experimentación de placer y dolor en el ser humano a los animales no humanos, haciendo uso de todas las herramientas intelectuales de la ciencia y la filosofía contemporáneas. El común denominador de las distintas formas de oposición a la injusticia terminará siendo precisamente la sintiencia, como base para la consideración moral de los intereses de un colectivo. Singer irá rebatiendo uno a uno los argumentos más clásicos de los detractores de la causa animalista: “Los animales se comen entre sí”, “Las plantas también sienten”, “Lo que fundamenta los derechos de los seres humanos es la inteligencia y no el dolor y el placer”. La distinción entre agentes y pacientes morales, la constatación empírica de la importancia del sistema nervioso central y el argumento de los casos marginales[1], respectivamente, han sido reconocidos por la literatura académica y filosófica como argumentos suficientes para enterrar (al menos en debates que aspiran a la vigencia) este tipo de cuestionamientos.


Desde entonces, son infinidad las/os autoras/es que se han adherido a sus argumentos, desde diversas perspectivas (véase por ejemplo la brillante extrapolación de la teoría del velo de la ignorancia de Rawls a la lucha anti-especista que realiza Mark Rowlands en obras como ‘Animals like us’). Pero quizás más importante que la aceptación académica, que por sí sola es tan gratificante como inútil, es la profunda transformación que ha provocado en los estilos de vida y los actos políticos de millones de personas sensibles a la causa animalista. El vegetarianismo, la lucha contra la industria peletera, la oposición a los festejos taurinos, o la denuncia de las condiciones de zoológicos, circos y otros espacios de mercantilización de los animales no humanos, son sólo algunas de las muestras de esta creciente sensibilidad. En nuestro país, la pujanza de la causa animalista es especialmente significativa entre la gente joven y en entornos urbanos, población que en creciente número ha ido mostrando su rechazo a tradiciones anacrónicas que no disocian la cultura de la tortura. Muestra de ello es la creciente relevancia electoral de un partido como PACMA, cuya principal aspiración es, no olvidemos, materializar un reconocimiento político de los derechos de los animales.


Pero la intención de este artículo no es la de argumentar la validez de los argumentos de la causa anti-especista, pues ése es un debate trasnochado. Los/as defensores/as de prácticas como el consumo de carne, por poner un ejemplo, pueden legítimamente apoyarse en un argumento, el de los placeres del paladar, pero no en la consistencia ética (al menos no aquéllos que defienden, en menor o mayor medida, los derechos humanos). Por el contrario, la intención es realizar un llamamiento a un sector cuya identidad presupone una identificación fuerte con las reivindicaciones sociales y las luchas contra la injusticia: el Tercer Sector. El mundo de la cooperación al desarrollo, la ayuda humanitaria y la inclusión social se articulan precisamente, al menos en las vertientes más modernas que han logrado superar el asistencialismo y la orientación caritativa de paradigmas pasados, en torno al enfoque basado en derechos. Y yo me pregunto: ¿qué derechos? La respuesta clásica: los derechos humanos, naturalmente.


El enfoque basado en derechos se fundamenta en que la ayuda que se brinda en los diversos contextos de intervención no es meramente un gesto voluntario o un síntoma de que nos sobra tiempo y/o recursos y podemos destinar este remanente a causas que por lo general solemos dar de lado. Por el contrario, se sustancia en la obligación para con personas que son titulares de derechos en cuanto tienen la dignidad consustancial a un ser humano. Hasta aquí puede haber un gran consenso, pero mi propósito, como se podrá intuir de los párrafos iniciales, es subrayar la necesidad de integrar a los animales no humanos en el paradigma que impera en pleno siglo XXI en el Tercer Sector.


La reacción instintiva de más de un/a lector/a será reprochar que si ni remotamente hemos logrado materializar los derechos de los animales humanos, es aberrante vindicar los de los animales no humanos. Pues bien, aun siendo visceralmente comprensible esa reacción, quiero aclarar que mi intención no es la de priorizar a los animales no humanos y sus derechos (o cuanto menos su derecho a la vida) por delante de los del ser humano, ya que existen argumentos robustos que justifican que éste no sea el caso. Situar como disyuntiva los derechos humanos y los derechos de los animales no humanos es, por lo general, falaz, ya que la gran mayoría de supuestos no implican la elección entre los primeros y los segundos. Llegado el caso en que se tuviera que elegir entre unos y otros, insisto, no nos sería moralmente exigible dar prioridad a los derechos animales, pero tenemos la fortuna de que es muy poco probable que tengamos que sopesar en la balanza ética la elección entre, por poner un ejemplo, la vida de unos y la de otros (algo similar, aunque más polémico académicamente, ocurre con el derecho al bienestar). Mi intención es más humilde, y va en línea con la integración discursiva de la consideración que estos seres merecen en cuanto son ampliamente reconocidos como titulares de derechos.



Es el deber de las/os profesionales del Tercer Sector como seres políticos (guste o no ese calificativo), involucradas/os en las luchas sociales y preocupadas/os por la justicia global, estar al día de los debates que se producen a nivel teórico tanto en la academia como en los movimientos sociales. Al igual que el movimiento feminista ha logrado dar entrada, afortunadamente, a la perspectiva de género como una reivindicación transversal que ha de orientar y guiar la acción en todos los ámbitos de intervención social, es hora de reclamar una consideración similar para la sensibilidad para con el sufrimiento animal. Si se ha comprobado que la sintiencia hace titulares de derechos a los animales, generando consecuentemente obligaciones de respeto a su integridad y bienestar que conciernen a los seres humanos, el Tercer Sector debe comprender esta lógica e integrarla en el enfoque basado en derechos, dejando atrás las inercias que nos impulsan en direcciones erróneas (a leerse como ‘injustas’).


Las palabras importan. Las palabras tienen cargas, connotaciones, y arrastran significados políticos. Dejar atrás un paradigma como el antropocéntrico es una tarea titánica, pero en la lucha discursiva se sitúa el primero de los ámbitos de disputa. Es un discurso provocador y radical el que puede y debe atraer la atención de personas completamente ajenas a esta causa. Al igual que el feminismo ha explicitado cómo no es casualidad que hablemos de ‘ama de casa’ y de ‘ejecutivo’, y que la carga de género es la materialización lingüística de injusticias políticas que se remontan siglos atrás, el anti-especismo ha de exigir su parcela en el discurso hegemónico. Un buen primer ámbito desde el que partir es el del sector presuntamente más sensible a todas las dimensiones de la injusticia.


Así, comprendiendo en toda su dimensión la causa animalista, podemos empezar por hablar de ‘derechos fundamentales’, en lugar de derechos humanos. Podemos empezar por hacer notar cómo la acción ‘humanitaria’ es en realidad acción ‘crítica’ o acción ‘sensible’. Podemos empezar por criticar que la definición de la ayuda en contextos de crisis se dirija exclusivamente a aliviar ‘el sufrimiento humano’ para pasar a aliviar el sufrimiento, en cualquiera de sus materializaciones y vertientes. Podemos empezar por articular una definición de cooperación al desarrollo que abarque también como beneficiarios al medio ambiente o a las criaturas no humanas que en él habitan y que padecen los efectos devastadores de modelos de desarrollo insostenibles. Ante todo, podemos empezar por hacer notar que todas estas expresiones y definiciones no son neutras, y que lo que hemos naturalizado como reivindicativo puede serlo todavía más y mejor.


Nos hallamos tremendamente lejos del día en el que acusar a alguien de especista sea equiparable a reprocharle su racismo, su homofobia o su sexismo. De hecho, es probable que nunca lleguemos a ver ese día. Sin embargo, la certeza de la justicia de una causa no sólo es una razón suficiente para persistir, sino que sirve, como muchos sabrán, como motor de los sueños que dan sentido a la existencia. Por lo que a mí respecta, sueño con un día en que Word no me subraye la palabra especismo. Sueño con un día en el que los/as camareros/as no me pregunten si “tampoco pescado”. Sueño con un día en el que un/a profesor/a de cooperación al desarrollo no me mire con cara de alienígena por preguntar si podría obtener financiación pública un proyecto dirigido exclusivamente a salvar hábitats y/o a prevenir la muerte de animales no humanos. Y siendo mi capacidad para soñar ilimitada, mi imaginación, y confío en que la de muchas/os otras/os que comparten mis aspiraciones, debe dejarse llevar por la creatividad necesaria para sobreponerse a los obstáculos -lingüísticos o de otro tipo- que perpetúan las injusticias sistémicas. Los que no tienen voz nos apoyan. Los que la tienen, cada vez más, también.



Gracias a Laura Sánchez de la Sierra por su inestimable ayuda para la redacción de este artículo.

[1] No explicaré estos argumentos en este artículo para no extenderme demasiado, pero los ampliaré con gusto si algún/a lector/a lo pide. Por dar una breve definición del menos autoexplicativo de los tres, el argumento de los casos marginales, se basa en traer a colación ejemplos de casos excepcionales que deslegitiman ciertas generalizaciones, en este caso sobre la inteligencia del ser humano. Si estamos de acuerdo en que es inmoral torturar a un niño pequeño o a una persona en estado vegetativo (seres humanos en muchos casos menos inteligentes que los animales a los que se maltrata), hemos de buscar un fundamento diferente a la titularidad de derechos de los seres humanos.

Contenido más reciente

Comentarios

bottom of page