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R. Melgar. "¿Cuánto vale diplomáticamente el Sáhara para la Unión Africana?"

Raquel Melgar Hernández


Una vez más, queda patente que la RASD (República Árabe Saharaui Democrática) está desprotegida no solo en términos humanos, sino también oficiales, lo que conduce a un bucle sin salida que dura ya cuarenta años. Por ahora, Zambia ha sido el primer país africano que, habiendo reconocido al territorio ocupado por Marruecos en 1979, ha modificado en este mismo mes dicho reconocimiento ante las apetencias marroquíes, tildando la cuestión saharaui de banal e insignificante.


Tres décadas han pasado desde que un resignado y ofendido Hassan II decidiera abandonar el organismo antecesor de la Unión Africana (la Organización para la Unidad Africana) ante la admisión de la RASD en esta última. En la actualidad, su sucesor Mohamed VI aboga por la reinserción de Marruecos en la organización. La respuesta inmediata que ya ha sido tomada por un Estado miembro como Zambia supone una clara evidencia de los intereses que se esconden tras la idílica fraternidad de la que se jacta la Unión. Tan solo unos días después de la declaración del monarca se producía la retractación del reconocimiento oficial de la RASD, lo cual refleja que para los miembros de la UA el poder que Marruecos ha adquirido durante las últimas décadas no pasa desapercibido. A pesar de la influencia que poseen los cinco grandes gigantes de África (Argelia, Egipto, Etiopía, Nigeria y Sudáfrica)[1], el peso del país magrebí es indiscutible. Actualmente, Marruecos es el segundo inversor africano en el continente, situándose tan solo por detrás de Sudáfrica[2]. Se trata de un país rico y poderoso que durante varias décadas no ha formado parte del «club», pero que ahora vuelve dispuesto a participar en él de nuevo, eso sí, sin limitarse a ser un miembro cualquiera.


La influencia del país magrebí no se restringe al continente africano. Si bien para Europa constituye una grieta en la pared en lo que a inmigración se refiere, también se trata de una entrada alternativa y lucrativa de la que no muchos pueden beneficiarse. La puerta de atrás, quizás no la principal, pero sí una de la que no se puede prescindir. Así lo demuestran las estadísticas, que sitúan como principales destinos de exportación marroquí a España y Francia, posicionándose por detrás de estos Italia, Alemania y Reino Unido[3]. El país magrebí también supone una fuente de recursos para gran parte del resto de África, en especial para sus vecinos Argelia y Mauritania, destinatarios de electricidad, tabaco, cemento, fertilizantes y piezas de aviones, entre otros. La electricidad supone uno de sus puntos fuertes, teniendo en cuenta que posee dos interconexiones con España[4], aunque su intención es ganar más independencia en relación con esta cuestión frente a nuestro país, su principal proveedor. No muchos Estados africanos pueden tener esta aspiración, ya que un gran número de ellos depende de los altos costes que imponen sus abastecedores de energía, factor que les condena a la oscuridad y a importantes carencias en ámbitos como la sanidad[5].

Mujer camina por un campo de refugiados en Tinfud. Fuente:EFE Verde.

Para sus socios africanos Marruecos supone un modelo a seguir, un ejemplo de emancipación y autonomía tanto política como económica, aunque para algunos de ellos si estas características no se cumplen dentro del propio territorio marroquí (como ocurre con la región saharaui) solo se conciben como un factor ajeno que no ha de ser tenido en cuenta. Tras cuarenta años de ocupación, nos encontramos con un país que se ha construido a sí mismo con la opresión del pueblo saharaui como sello de identidad. Después de décadas de lucha, el 2016 es un año de altibajos para la RASD, que se ha visto azotada por la muerte del Presidente Mohamed Abdelaziz el pasado mayo. Como añadidura, su sucesor Brahim Gali debe enfrentarse ahora a la convivencia con Marruecos en la UA, país que en los años 80 ya solicitó expresamente la salida de la RASD de la organización.

No obstante, las condiciones de exigencia marroquíes ya no tienen el mismo alcance que en el pasado, ya que ahora el intento de coexistir con la RASD en la UA es un hecho, a pesar del apoyo que la nación magrebí recibe de otros países miembros. Sin embargo, el territorio saharaui sigue estando aún muy lejos de conseguir la autodeterminación que tanto anhela, pues en la práctica el único apoyo que supone el reconocimiento oficial por parte de sus vecinos africanos consiste en mantener un puesto pasivo dentro de la UA. El coste de esta indiferencia queda reflejado en las condiciones de vida del pueblo saharaui, que malvive en el desierto en casas de barro y tiendas de campaña, con unos sistemas educativo y sanitario que dejan mucho que desear y soportando la carencia de alimentos, lo que les obliga a sobrevivir en su mayor parte gracias a la ayuda humanitaria internacional[6].

 

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