top of page

F. Ayala Plazarte. "La escritura en lo ausente. He nacido sujeto al discurso de la muerte"

Freddy Ayala Plazarte

Poeta y Profesor de la Universidad Central del Ecuador. Premio Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade-Quito, Segundo Premio Bienal Nacional de Poesía Juegos Florales-Ambato, Finalista del XV Concurso de poesía en la Universidad Autónoma de Madrid, 2016. Actualmente cursa el Doctorado en Historia y Ciencias de la Música U. Autónoma de Madrid y reside en la misma ciudad.


A Ubaldo Gil,

amigo que abrió los caminos opuestos a la forma


Mientras uno adquiere conciencia del mundo, más fuerte e innegable se hace el hecho de pensar en lo que está ausente. Recordar lo que parece muerto y haber muerto también en el pensamiento que no fue hecho oralidad, escritura o fonema; si acaso la actividad del pensamiento es dinámica, u otra forma, quizás, de ruido, en nuestra interioridad, que se manifiesta por la misma carencia del silencio.


De cierta manera, pensar en un cuerpo ausente, como signo o rasgo de muerte, implicaría un acto sinérgico, por una parte, es una instancia desde la cual se enuncia un hecho físico, reconocer que algo material ha desaparecido, mientras que, por otra parte, ese hecho ausente, o lo ‘que ya no está’. No solo debería ser tomado desde lo que se niega ante nuestros ojos, o a la mirada, sino en esa ausencia –llamada, en ocasiones, muerte del pensamiento –que se presenta con imágenes o evocaciones de lo lejano, y que surgen en medio de un angustioso encuentro con lo deshabitado.


Esto quiere decir que por nuestra subjetividad se interpelan dos formas de ‘muerte’: la una dada en lo físico, y la otra la que se elabora en nuestro pensamiento. Pensar que algo (¿de nosotros?) murió en el cuerpo ausente, y que por esa experiencia nos sentimos ausentes. Uno cree tener poder y estabilidad en el mundo mientras no hay algo que atente la sensibilidad o corporeidad, pero ¿cómo reaccionamos cuando nos sucede lo contrario? ¿No será, más bien, el hecho de aceptar que han muerto ideas en lo ausente, acaso, en nuestro pensamiento antes que el cuerpo?


Desde esta perspectiva, no muere, entonces, solo un cuerpo, pero si es posible decir que el pensamiento muere sobre lo que se enuncia ante los ojos como ausente. Ante todo, hay una construcción, un sentido de muerte, una conciencia de muerte, a partir de lo que se cree que no volverá, una muerte que, al fin y al cabo, se ha inscrito en las instituciones ideológicas como familia, religión, medios de comunicación.


De hecho, lo que no retorna físicamente, o lo que se presenta como irrepetible, es lo que marca el pensamiento humano: la lejanía que se edifica luego de un instante, el alejamiento, no tanto de las cosas o de ciertos escenarios, sino por parte del pensamiento: un pensamiento se aleja de otro pensamiento, y es como si dos líneas se dispersan luego de partir de un mismo punto, pues no se sabe si volverán a unirse, aunque hayan partido del mismo origen.


Esa, precisamente, es la búsqueda del camino ausente, hemos partido de un origen para adquirir distintas formas de entender o nombrar a lo ausente, de intentar explicarnos en torno a lo 'que ya no está’.


Así, el tiempo contribuye al distanciamiento de las cosas, de los lugares, y de nosotros mismos. Es posible decir que nos hemos alejado de nuestro pensamiento en el cuerpo, hemos sido también cuerpos con pensamientos ausentes, aún no habitados por otras dimensiones de la conciencia. Por tanto, lo que se recuerda es parte ya de la lejanía, de lo que fue un sonido que solo hace ritmo en la memoria, y que, no obstante, es un rito para manifestar lo incorpórea que es la lejanía, convertida en imagen, evanescencia.


Un distanciamiento, si se quiere, lo suficiente para conseguir alejarnos con las cosas (pasadas) de nosotros, de lo que ya fuimos y no deberíamos volver a ser. Cuando más bien ha sido nuestro propio pensamiento el que nos ha alejado de las cosas y de los instantes, las cosas estarán allí, acaso, inmóviles; ¿se han movido las cosas de nuestra interioridad, mas no en la exterioridad?


Distancia necesaria, que hemos tomado para justificar un presente que, en ciertas ocasiones, reclama mirar el pasado, por el mero hecho de que nos hayamos quedado en las imágenes y las evocaciones. Como una forma de representar lo que como cuerpos ya no creemos posible hacer.


Por eso, tenemos que repetirnos en lo evanescente, postergarnos al filme de nuestros propios cinemas de vida, para allí comprender que los pensamientos mueren, asumiendo que los instantes se fueron, y que, a la vez, nos levantamos entre tantos pensamientos. Así, mientras se van unas formas ante nuestros ojos, hay otras formas que se levantan en ese cajón de imágenes, y que, posiblemente, no alcancen a ser expresados con las palabras. Fueron también ausentes las palabras que no fueron escritas o repetidas en el instante, murieron más pensamientos, se volvieron imaginarios por no haber sido recordados con el lenguaje.


Sin duda, he nacido sujeto al discurso de la muerte, el hecho de tener que aceptar que los lugares no mueren, ni desaparecen, es el pensamiento el que muere y ahí mueren los lugares, los acontecimientos, las cosas o las personas. A partir de esto, me atrevo a decir que no deberíamos pensar en el recuerdo sino recordar que hubo pensamiento en el recuerdo. Y por eso escribir se convierte en un acto de pensar en lo ausente, de reconfigurar desde un punto de vista metareflexivo lo que se muestra como un saldo del pasado.


Disertar sobre la muerte del pensamiento en las cosas que nos rodean, se convierte en una suerte de relato entre el pensar versus el pensar, paradójico puede plantearse esto. Pero, sin embargo, la única posibilidad es también mirar lo ausente con otros sentidos (lejanos a una mirada social), pues la mirada (social) ha generado muchas divisiones o clasificaciones que han fragmentado identidades en la sociedad.


En este sentido, la escritura cumple con uno de esos desafíos, que se han planteado en torno al pensar y retomar lo ausente. Es en la escritura donde, finalmente, se alcanza una dimensión que trasciende el orden racional.

Muerte de Arlequín (Picasso, 1906)


La escritura, por supuesto, es un acto de memoria y de imaginación, donde se trata de poner a prueba las cualidades enigmáticas del pensamiento, emplazamiento que se conjuga con otros sentidos sonoros, perceptivos, fonéticos, olfativos, gestuales. Es decir, son ausentes los sentidos menos explorados, pero, si se toma en cuenta, son mucho más sensibles que lo borroso de la mirada. No será que, en el marco de la mirada, privilegiamos lo figurativo por sobre lo no-figurativo, en este último punto es donde el pensamiento se ha ausentado, volver al orden sensible de otros sentidos, quizás es una manera de reconfigurar lo ausente.


Así, la muerte (he sugerido del pensamiento, por la ausencia de otros sentidos), no solo representa el estado ausente de un cuerpo, como se lo entiende en un ámbito socio-cultural. Sino, más bien, la muerte también puede ser entendida como una teatralidad que se manifiesta en la memoria o imaginación: alguien ha sido advertido de su muerte porque hubo quien soñó la noche anterior en su ausencia, a partir de ese suceso el que fue advertido, quizás, no tenga un día tranquilo. Entonces, se puede decir que la escritura también es una advertencia ante lo imposible, pues adquiere sentido en la medida que se repiten las invocaciones. De ahí sean más fuertes las muertes que se muestran en imágenes que las que fueron cuerpo, porque estarán repitiéndose en innumerables ocasiones. Angustia más lo repetitivo, pero también permite tomar una postura reflexiva e inteligible. De esta manera, la escritura exige al pensamiento construir una identificación a partir de lo que físicamente es irrepetible. La escritura es la enunciación de lo que ha muerto (en el sujeto), es el paso necesario para activar el mundo de los sentidos, de los otros rostros que tiene el pensamiento.


Con el pensamiento he muerto tantas veces en el cuerpo, más muertos tengo en mi pensamiento que aquellos a los que guardo luto, me habría mimetizado en lo ausente para entender que la escritura es un acto del pensar, de la prolongación de las imágenes, que esperan ser escritas con más imágenes, necesaria postergación en el camino hecho por la lejanía. Aún creo que no he alcanzado la lejanía de la escritura, aún no he podido ausentarme de la misma ausencia, para encontrar ese lejano camino de los sentidos.


(*) Ensayo publicado en la Revista Casapalabras N. 7, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, enero, 2014. También en Un hombre cargado de mar Memoria a Ubaldo Gil, Varios autores, Manta, Mar Abierto, 2014.


Contenido más reciente

Comentarios

bottom of page