I. Alonso-Buenaposada. "Nicaragua: el grito de una revolución perdida"
Irene Alonso-Buenaposada del Hoyo
“Cómo olvidar a ese haz de hombres y de luces que reunidos estaban desde arriba alumbrando esta mierda en la más perra oscuridad de la noche latinoamericana”
(Omar Cabezas)
“Los nicaragüenses no les pedirán nada, pero no pueden impedirme que yo lo haga por ellos,
y que lo haga por admiración y por amor”
(Julio Cortázar)
Mientras el foco de atención de la mayor parte de los medios de comunicación occidental está puesto en los resultados de las elecciones que se celebrarán el próximo 8 de noviembre en EEUU, el pueblo nicaragüense observa con inquietud la llegada de sus cercanos comicios, tan sólo dos días antes. Parece evidente que Nicaragua nunca ha sido merecedor de la misma atención televisiva que el gigante norteamericano, quizá porque su influencia mundial es mucho más reducida o quizá porque las ciudadanas y ciudadanos de segunda nunca han despertado el mismo interés y cuidado (1).
Sin embargo ―acontecimiento que no veíamos desde el estallido de la Revolución Popular Sandinista de los años 80 o quizá desde que el desolador huracán Mitch (1989) arrasara gran parte del país―, este verano Nicaragua ha vuelto a aparecer en los periódicos de gran parte de nuestro mundo. Las noticias que llegaban desde el otro lado del océano era poco menos que preocupantes: el presidente, y comandante, Daniel Ortega ―a la cabeza del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN)― parecía asestar una puñalada irreparable a la ya de por sí frágil democracia centroamericana. Llegados a este punto, para muchos las elecciones se presentan como una auténtica farsa.
Pero todo esto no ha sucedido de la noche a la mañana, se trata de un proceso que Ortega, y su mujer ―actualmente nombrada vicepresidenta― llevan desarrollando durante todos estos años en que Nicaragua ha estado sumida en el silencio mediático. El objetivo de la pareja parece bastante claro desde hace más de diez años: fabricar una oposición a la medida de un presidente que busca perpetuar su estirpe en el poder. Nicaragua inicia así una época de gran incertidumbre y quién sabe si un ciclo marcado por la represión y violencia. Pero, ¿cuándo se desvirtuó tanto esta democracia?¿Cuándo fue que se perdió la revolución?
De Daniel Ortega sabemos hace mucho. Quien fuera comandante de la Revolución Popular Sandinista, y partidario de la facción insurreccional del FSLN (2), logró ascender en el partido rápidamente. Recordemos que Nicaragua renacía el 19 de julio de 1979 como uno de los pueblos más vivos y hermosos del mundo ―y como diría Carlos Mejía Godoy: ahora que ya era libre como que la queríamos mucho más. Pero el asalto a los cielos no fue un camino sencillo, tres insurrecciones, y muchas vidas, costó la toma de poder por parte de los sandinistas y con ello el derrocamiento de la dictadura de la familia Somoza (1934-1979). Tras esto, se formó una Dirección Nacional Conjunta del partido, con tres miembros de cada facción― en la insurreccional se encontraba Ortega. Mientras, en el Ejecutivo se colocó la Junta de Gobierno conformada por cinco miembros ―uno sólo representaba al FSLN: Ortega. Muchas han sido las explicaciones de por qué se le eligió a él, que no había sido guerrillero, entre todos los posibles miembros de la Dirección Nacional del partido. Quizá por ser el más reservado y el que parecía menos radical ―y parece coherente si pensamos que esta elección contentó a la administración estadounidense, que mantenía al país centroamericano sometido a la amenaza constante de una posible invasión por parte de uno de los ejércitos más poderosos del mundo.
Por lo que en un primer momento, y como señala Ernesto Cardenal, “lo más original de la revolución de Nicaragua es que fue sin un jefe. Tuvo un fuerte liderazgo, pero fue un liderazgo colectivo. Sin culto a la personalidad” (Cardenal, 2004, p.304). Y no fue hasta un tiempo después, cuando se perdió la revolución, que se dejó todo el poder en manos de una sola persona: Daniel.
Aunque podemos decir que en muchos aspectos la revolución triunfa (reducción de la desigualdad, una fuertemente exitosa campaña de alfabetización, creación de un sistema de salud público, promoción de una cultura política democrática o empoderamiento de gran parte del campesinado), ningún país merece vivir bajo la sospecha constante de ser invadido por una gran potencia. Los cambios acelerados que se dieron en los siguientes años, la presión estadounidense y la tensión que se había acumulado provocaron que en 1981 estallase una cruenta guerra civil, fruto, también, del descontento de amplios sectores de la población ante las nuevas reformas que el gobierno de reconstrucción nacional estaba adoptando. Esta guerra dividió al país en torno a dos ejes: mientras el gobierno salido de la revolución se apoyaba y afianzaba con ayuda de los países socialistas; el gobierno de EEUU, de la mano de Ronald Reagan, y la dictadura argentina armaban a lo que se conoció como “la Contra” en Costa Rica y, especialmente, en Honduras, desde donde se inició un auténtico aniquilamiento que arrasó el país. Una guerra civil que, además, se vio inmersa en un conflicto a escala global entre dos grandes bloques encabezados por la URSS y EEUU.
Tras tres años de guerra, en 1984, el FSLN convoca elecciones libres y plurales, obteniendo un 64% de los votos que respaldaron la legitimidad a su poder. La caída del muro de Berlín (1989), que puso fin a la tensión entre las dos grandes potencias y precisó de la reorganización de las relaciones internacionales, permitió poner término a la guerra civil nicaragüense, iniciándose una nueva etapa de relativa tranquilidad en el país.
No obstante, el conflicto había causado un destrozo económico y moral que requería reparación. El país estaba debastado. Nicaragua intentó recuperarse con, entre otras medidas, la firma de los acuerdos de Esquipulas. Con ellos se permitió la llegada de elecciones libres, competitivas, transparentes y plurales en toda Centroamérica, logrando así, en la década siguiente, poner fin a las guerras en Guatemala, El Salvador y Nicaragua. El complejo y frágil edificio de la democracia comenzaba a construirse en el país de Sandino. Tras seis años de un gobierno del FSLN, encabezado por Ortega, en 1990, se volvieron a convocar elecciones.
Desgraciadamente, el descontento del pueblo por algunos de los errores de los sandinistas y el ahogamiento de la llama de la Revolución pasaron factura: el Frente Sandinista de Liberación Nacional perdió las elecciones. Fue evidente que para éste empezaba a ser necesario un proceso de reconstrucción interna y externa para convertirse en una organización partidaria capaz de competir electoralmente. Es en este punto donde muchos señalan su deriva hacia posiciones más personalistas: Ortega empieza a despuntar de manera nítida. Pero en el contexto de un pueblo al que aún le dolían demasiado las heridas de su pasado reciente.
En diez años la historia de Nicaragua había dado pasos de gigante: había logrado poner fin a una de las dictaduras más largas de la historia de latinoamérica por medio de las armas y lograba poner fin al gobierno fuerte nacido de la Revolución por medio de los votos. Le esperaban dieciséis años de gobiernos con políticas fuertemente neoliberales, de desmantelamiento y corrupción.
No es hasta 2006, tras todos estos años en la oposición, cuando Ortega reaparece con posibilidades reales de volver a ganar las elecciones. La figura del comandante provoca una vuelta a las ideas de la revolución y a esa lucha de justicia que servía de guía. Su propia designación como candidato ya es controvertida (3). Pero sea como fuere, para ese año, el eslogan de Ortega pide que le den una nueva oportunidad para gobernar, esta vez en periodo de paz. Sin embargo, son muchos los que en ese momento creían que no estaba en la cabeza del dirigente del FSLN “reeditar el modelo de los años ochenta en ninguna de sus características progresistas” (Tinoco, 2016, p. 14). Tampoco demostró haber aprendido de los errores de los tiempos en los que el Frente estuvo en el poder. Pese a todo ello, gana las elecciones en 2007.
Aunque desde este triunfo, el viraje hacia posiciones más conservadoras y cercanas a las grandes corporaciones es indudable ―lo que en parte explica se hayan aliviado las tensiones con la administración estadounidense y el FMI (Tinoco, 2016, p.15)―, en los últimos tiempos preocupa el rumbo autoritario y excluyente de su gobierno, que avanza sin frenos hacia un sistema corrupto, represivo y absolutista donde el presidente ostenta los cuatro poderes del Estado ―ejecutivo, legislativo, judicial y electoral (Equipo Envío, 2016, p.6). Paralelamente, al menos cuatro cadenas de televisión son controladas desde el gobierno a través de uno de los hijos de Ortega. Como indica Carlos Salinas, en un artículo reciente de El País, se ha transformado en un “modelo saqueador de la riqueza de este país sumido en la pobreza, de rapiña desatada desde las instituciones del Estado, de alianza con el gran capital, autoritario, antidemocrático, dinástico, en el que el país sería gobernado de nuevo como una hacienda familiar”.
Así, este ejecutivo “cristiano, socialista y solidario” (4) se caracteriza por ser fuertemente continuista con las medidas iniciadas por sus predecesores. Si bien es cierto que podemos encontrar numerosos programas asistencialistas ―hambre O, usura O, plan techo― que aumentan la popularidad del ejecutivo, estos parecen próximos a terminarse pues se han sustentado, hasta la fecha, gracias al dinero obtenido de un acuerdo petrolífero beneficioso para Nicaragua firmado con Hugo Chávez y que ha llegado a su fin.
Por otro lado, en materia de agricultura, ha iniciado lo que se podría definir como una contrarreforma agraria que pone en manos de un grupo la mayor parte de las tierras. Esas mismas tierras que ha vendido por una cantidad irrisoria a la empresa china HKND Group, otorgándole una concesión de cien años para construir el Canal Interoceánico ―similar al de Panamá ―, que dejaría “a decenas de miles de nicaragüenses sin sus tierras” y sin su sustento. Asimismo, la obra supondría “un desastre ambiental de proporciones apocalípticas” y arrasaría con un recurso tan importante para el país como el lago Cocibolca.
Otro ejemplo de la degradación de este gobierno es la existencia y fomento de maquilas por parte del mismo ―esto es, territorios libres de impuestos para corporaciones extranjeras donde los derechos laborales de los trabajadores no existen. Por último, Ortega se debe enfrentar a un nuevo hecho consecuencia de la globalización y que no había previsto: la migración. En los últimos tiempos están llegando miles de personas ―especialmente haitianos, cubanos y de diferentes regiones de África― que intentan cruzar el Gran Lago en busca de una vida mejor en EEUU y que mueren ahogadas ante la indiferencia de un presidente que ni siquiera parece estar considerando la pérdida de todas estas vidas humanas (5). Aunque, poco debería escandalizarnos esta pasividad desde una Europa paralizada e inoperante, que ha hecho del Mediterráneo de Serrat su gran fosa común. Además, de que estas no deben ser las grandes preocupaciones cuando hablamos de un Daniel Ortega que busca su propio enriquecimiento y su perpetuación ―o la de su familia ― en el poder.
Junto a todo esto, y más allá de las medidas contra-socialistas que están adoptando, en términos estrictos de calidad democrática, se duda de la legalidad de las elecciones municipales de 2008, las caribeñas de 2009, las presidenciales de 2011 y las municipales de 2012 (Equipo Envío, 2016, p.9), en lo que parece ya un procedimiento electoral absolutamente viciado y donde es habitual que en cada comicio los muertos voten y voten, siempre e invariablemente, sandinista.
Las últimas novedades llegaban cuando el 4 de junio de este año, el Gobierno anunció que no se permitirá la entrada a ningún observador internacional este 6 de noviembre. Cuatro días después, se informó de que el principal partido de la oposición, el único en la práctica ―el Partido Liberal Independiente (PLI), al frente de la Coalición Nacional por la Democracia,― no podría presentarse a las elecciones. Tengamos en cuenta que en las elecciones de 2011, la boleta tenía cinco casillas y Ortega controlaba fraudulentamente cuatro de ellas, y aún así, el PLI, en alianza con el Movimiento Renovador Sandinista (MRS), lo desafió y consiguió el 31% de los votos. Esto le mostró a Ortega muy de cerca la posibilidad de perder un poder que consideraba inamovible. Así, ha procurado asegurarse que para las próximas elecciones haya 6 casillas y que todas estén controladas por él: unas son del FSLN y las otras pertenecen a partidos satélites.
Finalmente, el 2 de agosto eligió a su mujer como vicepresidenta, esto tras haber expulsado a los diputados de la oposición de su escaño en el Parlamento por una estratagema legal. La importancia de este nombramiento reside en que según la Constitución Política nicaragüense será el vicepresidente el que “sustituirá en el cargo al Presidente en casos de falta temporal o definitiva” (art. 145 CN), pues hasta entonces sus funciones se limitarán a las que le otorgue el presidente. Este nombramiento cobra especial relevancia si tenemos en cuenta que Ortega padece una grave enfermedad que le afecta al corazón.
Para iluminarnos de cara a las próximas elecciones -convertidas éstas en realidad en una farsa-, es interesante escuchar a Víctor Hugo Tinoco (2016), presidente del MRS, quien sitúa todas las reformas de este último verano en el miedo de Ortega a perder el poder y a no tener tiempo para consolidar la sucesión dinástica. Ortega sabe que el descontento del pueblo hacia su figura ha ido en aumento en los últimos años, especialmente en las zonas rurales, donde “los campesinos han ido acumulando engaños, decepciones y enojos” (Cajina, 2016, p. 21).
En consecuencia, todo parece indicar, como señala la histórica guerrillera Dora María Téllez (2016), que ha colocado a su mujer en la línea de sucesión para iniciar una nueva dictadura dinástica pues “la sucesión es una llave que todavía tiene Ortega. Necesita institucionalizar la sucesión familiar”. El nombramiento no ha sido del todo inesperado y Rosario Murillo no es una desconocida para el pueblo nicaragüense. Fue la jefa de campaña en las elecciones del 2006 y la vocera oficial del gobierno durante estos años. Desde 2007, como el propio Ortega dijo, se convirtió en Primer Ministro, recibiendo el 50% del poder del gobierno, y conformando así el binomio presidencial. El avance en la absorción de poderes por parte de ella ha sido imparable y hoy se llega a afirmar que es ella quien gobierna (Equipo Envío, 2016, p.6). De forma muy visual, como indica ingeniosamente Carlos Salinas, el poder de Murillo se hizo patente cuando junto con la emblemática estatua de Sandino que hay en Managua, y que recuerda al pueblo que luchó por su libertad, ella decidió colocar uno de sus árboles de la vida ―más grande y consistente que la estatua del laureado líder― advirtiendo, para los posibles despistados, que el nuevo poder imperante ya no es el sandinismo sino el orteguismo. Por tanto, la importancia de su nombramiento como vicepresidenta reside en que legitima en las urnas un poder que de facto lleva ejerciendo durante los últimos 5 años y, lo que es más importante, se convierte en la candidata a suceder a Ortega.
Dentro de un decadente FSLN ―muchos lo han ido abandonado por la actitud de Ortega en los últimos años y algunos han pasado a ingresar las filas del MRS―, existe un amplio sector descontento con este nombramiento. En Nicaragua nadie parece discutir que Ortega sólo saldrá de la dirección del FSLN muerto, pero que haya preparado todo para que su mujer continúe en el poder en caso de que eso ocurra parece exceder los límites de la paciencia del pueblo nicaragüense.
Por lo demás, está siendo una temporada de lluvias con muchas celebraciones. Ya anunció Rosario Murillo que para el 6 de noviembre habría una campaña “animada, festiva y entusiasta”, es decir, pan y circo -aunque quizá poco pan en Nicaragua, si tenemos en cuenta que un 60% de la población no alcanza a cubrir la canasta básica. Ahora es más sencillo entender que, en un sistema político en donde parece que votar no significa elegir, algunos sectores decepcionados con el régimen inviten a la “abstención activa” de forma masiva utilizando las herramientas que otorga la ley electoral a modo de protesta. Así lo expresa el jurista José Pallais, que fue miembro de la coalición que hoy está ilegalizada, y para quien “la abstención en forma consciente y razonada es una forma de participación válida para deslegitimar políticamente procesos como las elecciones” (Equipo Envío, 2016, p.9).
Por otra parte, un grupo de intelectuales, liderados por Cardenal, han comenzado a movilizarse también para pedir responsabilidad de Estado a Ortega y ayuda a la comunidad internacional ―ayuda que no parece estar teniendo sus frutos todavía. Socialmente, se está mirando con atención la reacción de los grupos armados de campesinos que se formaron tras la primera legislatura de Ortega (Cajina, 2016, p.26), pero estos aún no están suficientemente organizados ni bien comunicados. Tengamos en cuenta que en Nicaragua, el proceso de urbanización va viento en popa (el 60% de la población total vive en zonas urbanas según datos del Banco Mundial) y se vislumbra una nítida grieta en el discurso campo-ciudad. En las ciudades, las cosas parecen más tranquilas, las opiniones se dividen entre simpatizantes de Ortega, indiferentes y personas con miedo de expresar su opinión, todo esto en un clima de apatía total propia de una sociedad de consumo y una población fuertemente desmovilizada.
Así las cosas, Nicaragua se encamina en pocos días hacia un proceso electoral fraudulento, una verdadera farsa sin el cumplimiento de casi ningún procedimiento democrático. La respuesta que dé el pueblo está aún por verse. Algunos sectores señalan que quizá a los olvidados de siempre sólo les quedará la violencia (Cajina, 2016, p.19). El lado que tomen las fuerzas armadas parece todavía un misterio, pues en las comunidades del Norte ya llevan años sembrando el terror. Sobrevuelan aires de conflicto armado, de represión y violencia. Por su parte, la Iglesia Católica está mostrando su cara más reaccionaria, alejándose de los postulados de la Teología de la Liberación que de tanta ayuda fueron para que este pequeño país centroamericano fuera libre.
La relativa calma en la que vivía Nicaragua parece estar resquebrajándose. Como señalan desde la Universidad Centroamericana (UCA), “dinastía” y “reelección” en este país sólo pueden recordar a una cosa: Somoza, es decir, oscuridad y sangre.
Como dirían los y las nicaragüenses: veremos si la farsa no termina en tragedia, pues.
NOTAS
(1) La crítica acerca de los medios de comunicación y las noticias que estos seleccionan es, evidentemente, mucho más compleja y rica. Requiere de un diálogo y una reflexión más profunda que, por desgracia, excede la intencionalidad del presente artículo. Baste decir que no todo lo que aparece en la televisión o los periódicos es real ni todo lo real aparece allí. Gran parte de los medios de comunicación a los que accedemos pertenecen a grandes oligopolios. La información que se difunde, la temática elegida y el modo en que se publica responde, en su mayoría, a intereses políticos de estos.
(2) Este se componía de otras dos facciones más: la proletaria y la que defendía la Guerra Popular Permanente.
(3) No permitió la convocatoria de elecciones primarias internas que le hubieran confrontado a Herty Lewites, al dar por cerrado el proceso electoral de forma prematura y expulsando a su rival del partido (Tinoco, 2016, p. 16).
(4) Guiño al propio lema propagandístico usado por el gobierno.
(5) Referencia a la idea que encontramos en los primeros capítulos del libro “Marcos de guerra. Las vidas lloradas” de Judith Butler, quien plantea que podemos realizar la construcción de un Otro cuya muerte no es objeto de duelo pues su vida no ha sido aprehendida como vida en el sentido pleno de la palabra. No olvidemos que, para esta autora, los marcos por los que aprehendemos otras vidas son operaciones de poder. Planteo aquí que existen poblaciones de unos Otros y Otras (los/las migrantes) cuyas vidas no son del todo vidas para nosotros y que están modeladas como prescindibles y “no merecedoras de ser lloradas”. De ahí la parálisis e inactividad generalizada.
BIBLIOGRAFÍA
LIBROS
BUTLER, Judith: Marcos de guerra. Las vidas lloradas, Paidós Ibérica, 2010, Barcelona (España).
CABEZAS, Omar: Canción de amor para los hombres, Txalaparta, 2016, Navarra (España).
CABEZAS, Omar: La montaña es algo más que una inmensa estepa verde, Nueva Nicaragua, 1985, Managua (Nicaragua).
CARDENAL, Ernesto: La Revolución Perdida, anamá Ediciones, 2003, Managua (Nicaragua).
CORTÁZAR, Julio: Nicaragua, tan violentamente dulce, Muchnik Editores, 1984, Barcelona (España), p. 34
HOBSBAWM, Eric: Historia del siglo XX, Crítica, 1995, Barcelona (España).
ZAMORA, Augusto: El futuro de Nicaragua, CIRA, 1995, Managua (Nicaragua)
ZIMMERMAN; Matilde; Carlos Fonseca Amador y la Revolución Nicaragüense, URACCAN, 2003, Managua (Nicaragua).
2. ARTÍCULOS
CAJINA, Roberto: “Armados con motivos políticos: una tragedia que se repite” en Envío. Agosto 2016.
EQUIPO ENVÍO: “No quedará piedra sobre piedra” en Envío. Agosto 2016.
SALINAS, Carlos: “El poder queda en familia” en El País. Febrero 2016.
SALINAS, Carlos: “Nicaragua convoca a elecciones con Ortega como único candidato.” en El País, Mayo 2016.
SALINAS, Carlos: “Si Sandino levantara la cabeza” en El País. Agosto 2016.
TINOCO, Victor Hugo: “La decisión de Ortega de convertir en farsa las elecciones asegura conflictos, gane Clinton o gane Trump” en Envío. Agosto 2016.
ZAMORA, Augusto: "Nicaragua: La responsabilidad histórica del sandinismo." en Rebelion.org. Noviembre 2006.
3. RECURSOS EN LÍNEA
http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-4776953
http://expreso.ec/historico/los-muertos-tambien-votan-en-nicaragua-HPGR_8319045)
http://cafeconvoz.org/el-60-de-familias-no-cubre-canasta-basica/