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F. Balibrea. "Una grieta en la muralla del pesimismo"

Francisco Balibrea Iniesta

El siguiente relato pretende describir desde un punto de vista muy personal la dramática situación que viven no solo los refugiados, sino también migrantes por motivos diversos, en las islas griegas durante el frío invierno del 2017.


La historia comienza en la isla de Xios, al sur de la famosa Lesbos y tan solo a diez kilómetros de la costa turca. En un ambiente hostil, azotado por el viento polar y la humedad del mar, unas casi mil personas se resguardan a duras penas en tiendas de campaña en el foso de un antiguo castillo. Este campamento improvisado que recibe el nombre de Souda sirve de hogar a familias con niños, hombres jóvenes, ancianos, procedentes no sólo de Siria e Irak donde la guerra sigue cobrándose demasiadas vidas; muchos otros vienen de países cuyos conflictos siguen latentes pero prácticamente olvidados como son Afganistán, Pakistán, Eritrea o Somalia. Sus motivos son diversos, pero todos anhelan una vida estable en Europa, donde no tengan que esconderse de la violencia imperante en sus países. La imponente muralla de piedra que se levanta ante ellos sirve como clara alegoría de la Europa de las fronteras. La misma Unión que no responde a las demandas de sus propios ciudadanos, y que por tanto no hace cumplir los derechos humanos dentro ni fuera de casa. Este hecho se evidencia con las carencias materiales que padecen en el campamento. En primer lugar con la inexistencia de viviendas capaces de aislar del frío y el viento, pasando por la escasez de aseos, duchas, los cortes de luz y la imposibilidad de ducharse con agua caliente, entre muchos otros factores. Sin paliativos, unas condiciones miserables e impropias de países que se autodefinen como avanzados.



A esta delicada situación de sobrevivir día tras día se une la desesperanza de muchos de ellos al observar como los días, semanas y meses, pasan sin encontrar remedio a su secuestro en una isla de la que no pueden escapar. La mayoría piden el asilo en Grecia, otros solo intentan llegar a Atenas desde donde poder continuar su viaje al continente. Pero las autoridades europeas coaligadas con la policía y el ejército griego, denotando una vergonzante actitud racista, demoran eternamente las solicitudes de asilo y limitan enormemente el movimiento de los migrantes dentro del propio país.


Así mismo, la incertidumbre acerca del futuro de Souda es máxima tras la firma del acuerdo entre la Unión Europea y Turquía. Se suele escuchar que Souda, denotado oficialmente como campamento “ilegal", será desmantelado en verano de este año y sus habitantes serán relocalizados en Atenas o en campamentos gestionados por el ejército. Personalmente soy más de la opinión de un compañero griego, que afirmaba que Souda y el resto de campamentos seguirán tal y como están mientras las sociedades occidentales vayan olvidando poco a poco la llamada “Crisis de los Refugiados". No se trata de una sentencia infundada, dado que ya pocos recuerdan desastres humanos recientes tales como el terremoto de Haití o la guerra en Yemen.

Sin embargo, para mi sorpresa, tras mi vuelta a España descubrí que los medios siguen informando acerca de los refugiados, a raíz, eso sí, de las bajísimas temperaturas registradas en Grecia y los Balcanes. Con cierta desconfianza me pregunto hasta cuándo será rentable para los mass media seguir informando acerca de estos temas. El tiempo lo dirá.


Mientras tanto, a la vez que las instituciones europeas se desentienden del drama humano a orillas del Egeo, voluntarios provenientes de todo el mundo llegan a las islas para intentar paliar las necesidades más básicas de los refugiados. Con distintas motivaciones, más o menos críticos con los gobiernos y la situación política global, todos compartimos un mismo espíritu que pasa por intentar devolver un pedazo de dignidad a aquellos que la perdieron de camino a Europa. Es precisamente en este contexto de miseria material y moral cuando la palabra dignidad cobra un significado pleno. No basta con mejorar las condiciones de habitabilidad en el campamento. No basta con repartir mas ropa y medicamentos. No basta con facilitarles una comida más rica y variada. Estas gentes obligadas a emigrar necesitan ante todo no ser ignoradas, ser escuchadas, saber que hay muchas personas que se preocupan por ellos, que en definitiva sus vidas cobren sentido. Porque una vez privadas de sus derechos más básicos, lo que las hace ser muertos en vida es ser ignoradas por la gente de su entorno. Dada la desconfianza de muchos griegos hacia los migrantes, el voluntario juega en este contexto un papel fundamental. Frente a la burocracia de funcionarios, ONGs institucionalizadas y el abuso de policías autoritarios, el voluntario aporta la cara más amable, el trato más humano, un verdadero tesoro para aquellos que lo perdieron todo. Quizás el alegato más contundente frente a la indiferencia de Occidente, un ataque directo contra la hipocresía de las clases dirigentes y de los que opinan que no hay espacio para todos.


Numerosas son las historias que nos invitan a la esperanza. Pequeñas hazañas cotidianas que abren una grieta en el grueso muro del pesimismo. Un niño que ríe, mujeres que estudian inglés, ancianos que comparten el té, hombres que tocan y bailan. En presencia de un ambiente de miseria tan alarmante, no deja de sorprender que los refugiados tengan más capacidad para sonreír que nosotros mismos. Es precisamente aquí donde nosotros, voluntarios venidos de sitios acomodados, nos enfrentamos a nuestras propias contradicciones. Nos cuestionamos nuestro propio tren de vida, nos preguntamos si podríamos sobrevivir en unas condiciones tan deplorables como las del campamento, si sencillamente renunciaríamos a ciertos privilegios para vivir con humildad y así poder valorar las cosas importantes en la vida.


¿Qué precio le pondríamos pues a un libro, a un instrumento musical o al escuchar una mera canción? Ciertas anécdotas en el día a día del campamento nos sugieren que la cultura es imprescindible para alimentar el alma humana. Un objeto tan usual como un libro, significó un gran tesoro para un chico minusválido que en su día tuvo que cruzar el mar. La novela Cometas en el Cielo, protagonizada por un niño afgano, fue la escogida para el primer préstamo de una biblioteca multilingüe que incluye títulos tales como El Quijote o Cien Años de Soledad. Iniciativas que fomenten el intercambio cultural, como pueden ser el aprendizaje de idiomas o la música, resultan imprescindibles también para el entendimiento mutuo entre refugiados, migrantes, voluntarios y población local, en esta complicada Torre de Babel que es el campamento de Souda.


En definitiva, que somos muchas personas las que anhelamos reivindicar la alegría de vivir a pesar de las desgracias que asolan nuestro mundo. No es un camino fácil, dado que la desconfianza hacia el diferente está profundamente arraigada en nuestras sociedades. Aun así la vida nos guarda sorpresas muy positivas, escondidas quizás en los lugares más remotos o más cercanos, y por experiencia propia diría que pocas cosas llenan más que ser fiel a nuestros propios ideales de solidaridad y fraternidad. Entre todas y todos, ¡hagámoslo posible!


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