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A. León. "Black Mirror y el éxito de la esclavización tecnológica"

Arima León


Si hace cuarenta años en una serie de televisión apareciese un aparato pequeño y portátil, mediante el cual la gente se pudiera comunicar instantáneamente, que lo lograra hacer en cualquier parte del mundo y sin necesidad de cable, además de sacar cuantas fotos quisieras, donde podrías almacenar gran parte de los datos de tu vida diaria o realizar películas (véase la reciente Tangerine). El espectador, cuanto menos, pensaría que es una fantasía inalcanzable. A lo largo de la historia, las distintas tecnologías que se han ido creando han cambiado radicalmente las formas de vida humana y el hecho de fantasear con las futuras no es algo nuevo.

La serie de televisión Black Mirror presenta realidades alternativas desarrolladas a partir de innovaciones tecnológicas, genera una ciencia ficción diseñada muy lejos de las naves espaciales o los robots mecánicos a los que estamos tan habituados. No es una serie que cumpla con los estándares habituales. Su única conexión entre capítulos es la presencia de algún medio tecnológico que repercute de manera determinada en las distintas realidades que se proponen; las historias empiezan y terminan con cada episodio, tienen estéticas distintas e incluso hay actores que participan en diferentes capítulos interpretando varios personajes. Entonces, ¿en qué reside el éxito de Black Mirror? Son piezas audiovisuales que destacan por su riqueza argumental, calidad fílmica y verosimilitud sin necesidad de grandes alardes de efectos especiales.

Dentro del género de ciencia ficción encontramos dos maneras de abordarlo: la utopía, donde se muestra un mundo idealizado en el que la ciencia dota al hombre de determinados elementos que lo acercan a la felicidad y la perfección, o la utopía negativa o distopía, que proporciona una visión más cruda y crítica sobre la ciencia. Shivani Jagan, en su tesis “Analysis of Dystopian Films ‘Book of Eli’ And ‘V for Vendetta’ Using Randal Marlin’s Theory of Propaganda” explica que la película puede girar alrededor de distopía política, moral o apocalíptica. En la serie Black Mirror encontramos los tres tipos. Por otro lado, su propuesta estética es muy cercana a la normalidad de V de Vendetta; de acuerdo con el New York Times, uno de los aciertos de la serie es que no hay “civilizaciones interestelares ni escenarios apocalípticos, sino simplemente nuestro mundo, un poco peor”. No es necesaria una galaxia, con los efectos que están sucediendo por esas “pantallas negras” a los guionistas les es suficiente. La atracción surge por el vértigo de ver de una manera tan cruda y tan cercana en qué clase de monstruo nos convierte la tecnología.

Los capítulos de Black Mirror se podrían dividir en tres categorías. Por un lado, están los que hablan del presente inmediato como puede ser “El himno nacional” o “Cállate y baila”, donde todos los elementos tecnológicos que aparecen los encontramos hoy en día (en este caso la televisión, los móviles e Internet). También se desarrolla el futuro próximo, el más utilizado a lo largo de la serie: toda la segunda temporada, o capítulos como “Caída en picado” o “San Junipero”, entre otros; aquí se plantea una realidad futura sin grandes cambios estéticos, reinterpretando elementos tecnológicos que tenemos en la actualidad y creando otros que cumplirían expectativas e inquietudes actuales como es el caso de “San Junipero” y la vida después de la muerte. Por último, se encuentra la redefinición postapocalíptica, donde no aparecen ni los grandes desiertos de Mad Max, ni las ciudades despobladas de Soy leyenda, sino la productividad claustrofóbica de “15 millones de razones” o los falsos zombis de “El hombre contra el fuego”.

Las dos primeras temporadas se rodaron con la productora británica Zeppotron para Endemol Shine UK, en 2014 Netflix consigue los derechos de la serie y en 2016 se estrena la tercera entrega, doblando el número de capítulos a seis. Teniendo en cuenta que según su creador, Black Mirror supone un análisis de los posibles efectos secundarios que supone la “droga tecnológica”, la nueva etapa Netflix abre un debate que contempla Pablo Fernández:


Hay una cierta ironía en el hecho que una serie tan obsesionada con los peligros del abuso tecnológico como Black Mirror, encuentre su nuevo hogar en un servicio que es el abanderado tecnológico de la revolución televisiva y el principal propulsor del consumo maratónico de series.


El consumo de pago en streaming ha supuesto el inicio de una manera distinta de consumir ficciones televisivas, volviéndolo un hábito casi enfermizo. Por lo general, cuando alguien ve televisión durante muchas horas al día se deja llevar por ese flujo discursivo casi sin pensarlo, pero el espectador que consume las series de Netflix lo hace de una manera mucho más consciente. Pagamos por ello, igual que lo hacemos por nuestros nuevos látigos neoliberales llamados smartphones, por nuestras vidas aderezadas con las tragedias ajenas, pagamos por la depresión y sumisión. Pagamos por Black Mirror, por su espejo que, más allá de la metáfora del título, supone un reflejo de un futuro que está cada vez más cerca.



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