O. Blázquez. La revolución será cognitiva o no será
Olga Blázquez Sánchez
Doctoranda del Departamento de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid.
La universidad se ha transformado en un lugar en el que hemos aprendido disciplinadamente a reproducir una cierta ritualidad performativa de lo que es producir conocimiento y transmitirlo. No existe una pedagogía de la enseñanza universitaria y pocas personas se afanan en investigar sobre metodología para el trabajo con grupos. Tampoco existe un debate profundo sobre cómo producir conocimiento, desde dónde hacerlo o cómo problematizar la cuestión. El grueso del volumen del trabajo en la universidad se centra más bien en buscar congresos en los que meter con calzador nuestras ponencias y elegir revistas a las que mandar nuestros suculentos artículos una vez hemos pasado por el aro de todos los requisitos de estilo. Todo ello para engrosar nuestro maravilloso curriculum vitae en un tiempo récord y alcanzar la excelencia más sublime. Hablo como doctoranda con un contrato FPI (Formación del Personal Investigador), con mis privilegios: el poder dedicarme a investigar sin tener que sufragar mi tarea mediante otros empleos; y también mis precariedades: ser mileurista y bailar al antojo de los vaivenes legislativo-administrativos, como se ha puesto de manifiesto recientemente a partir de la polémica del cambio de código repentino y sin previo aviso de los contratos predoctorales [1] y el empeoramiento en las condiciones laborales que ello acarreaba. Al final, dicho cambio de código parece que se va a revertir y no vamos a salir perdiendo, aunque en el aire queda la amenaza de lo fácil que es jugar con nuestros derechos al buen tuntún. Vamos, que estamos jodidas/os [2].
Taller "Pensar y descolonizar a través del arte", impartido por Olga Blázquez el 17 de noviembre de 2016, con motivo de las jornadas organizadas por Más Filosofía para celebrar el día mundial de la filosofía. Imagen extraída del nº9 de la revista Tehura.
No soy experta en cuestiones laborales, así que no me quiero meter en ese percal. Sé que hay personas que podrían realizar un análisis más pormenorizado en relación a las condiciones laborales del personal investigador en formación en las universidades españolas, especialmente desde los hechos acaecidos recientemente. A cambio, sí me gustaría profundizar en la primera cuestión que he apuntado y en la que el rol de les nueves investigadores puede ser crucial: el tema de la producción y transmisión de conocimiento desde la universidad. A este respecto, creo que seguimos eclipsados/as/es por el predominio del discurso científico. Ciencia, ciencia, ciencia. Objetividad, razón, resultados, productividad; y por la performatividad del profesor/a como semi-dios/a del aula. No nos olvidemos, no obstante, de que la ciencia y el conocimiento científico y académico se articulan en forma de discursos. ¡Ay, amigues! Y aquí hemos llegado al quid de la cuestión: los discursos, ¿pueden ser totalmente objetivos? Donna Haraway [3] ya le dio la vuelta a la tortilla al enunciar su teoría sobre los conocimientos situados y Chakrabarty al provincializar Europa [4]. Todo conocimiento es local. Es importante definir desde dónde se habla, desde dónde se produce el discurso para, así, también, poder contextualizarlo y reconocer mejor sus límites. No se trata de relativizarlo todo, sino de ser humildes. Desde las Epistemologías del Sur y el pensamiento decolonial, autorxs como Teresa Cunha, Boaventura de Sousa Santos, Ramón Grosfoguel, Walter D. Mignolo, Santiago Castro-Gómez o Sirin Adlbi Sibai, además de diferentes colectivos, también han puesto en jaque la idea del conocimiento universal (expresión con la que se ha disfrazado tradicionalmente un conocimiento, en realidad, local, blanco, masculino, heterosexual y eurocentrado). Al poner en duda la universalidad de cualquier tipo de conocimiento, se pone en duda también la idea de completitud. Y se nos desmorona el pedestal en el que habitábamos desde Occidente. El pensamiento decolonial desmonumentaliza, además, las formas académicas de producir conocimiento, el grafocentrismo (privilegio del conocimiento escrito frente a otras formas de expresión del conocimiento) y, en cierto modo, el “aulocentrismo” y sus rituales.
Los rituales del aula tienen que ver con la pedagogía. Y ese es el otro punto débil de las universidades. Existen facultades de magisterio y no dudo de los interesantes debates sobre pedagogía que se deben de estar gestando en todos sus departamentos. Pero, ¿cómo es posible que esos debates no se traduzcan en la práctica docente de los profesorxs universitarixs (hablo de la mayoría. Por supuesto, hay excepciones)? Investigar implica repensar metodologías, del mismo modo que compartir conocimientos (no meramente transmitirlos) implica repensar pedagogías. Y, quizás, las nuevas investigadoras que nos estamos formando en la actualidad tengamos algo que hacer al respecto. Reproducir meramente las formas de hacer de la academia colonial sólo sirve para perpetuar formas de ejercer la violencia y el poder epistemológicos tradicionales. Como diría Boaventura de Sousa Santos, no puede existir justicia social sin justicia cognitiva, por lo que tenemos que ponernos manos a la obra para generar formas-otras de producir-expresar-compartir conocimientos para alcanzar esa justicia cognitiva. ¿Cómo se lleva a cabo esta tarea? Hay quienes dicen que esta tarea pasa necesariamente por la humildad y el silenciamiento. La humildad de reconocer que ni Occidente ni la Universidad agotan los conocimientos posibles, y la capacidad de callar y saber escuchar cuando hay otros que también tienen voz e instrumentos para expresar saberes. No es tarea fácil, desde luego. Pero es un horizonte hacia el que transitar.
Por lo pronto, sería interesante transformar la relación entre docente y alumnado. Deconstruir la arquitectura frontal de las aulas y situar nuestros cuerpos en estructuras-otras, en lugares-otros. Sólo desde otros lugares, se pueden llegar a practicar y pensar otras cosas. El punto de inicio, entonces, es sencillo: recoloquemos los diferentes elementos, y a ver qué pasa.
[1] Para conocer el proceso de cambio del código de los contratos predoctorales, así como el desenlace final del conflicto, se pueden consultar, además de otras fuentes, los artículos de eldiario.es “El Gobierno precariza los contratos de miles de investigadores sin avisar y con efecto retroactivo” (16 de Febrero de 2017), y “Empleo recula y deshace los cambios que introdujo sin avisar en los contratos de los investigadores” (3 de Marzo de 2017).
[2] A lo largo del artículo, emplearé diferentes formas de referirme al género, empleando la terminación -o/-a, la terminación -e (género neutro), o la x (para no marcar género ninguno), así como el femenino genérico o el masculino genérico con el fin de visibilizar las diferentes estrategias que desde los feminismos ponemos en práctica para nombrarnos diversas.
[3] En escritos como “Situated Knowledges: The Science Question in Feminism and the Privilege of Partial Perspective”, incluido en el libro Simians, cyborgs and Women: The Reinvention of Nature (1991).
[4] En Provincializing Europe: Postcolonial Thought and Historical Difference (2000).